/ domingo 23 de junio de 2024

Vencer el miedo y el pesimismo

¿Cómo no recordar la homilía del Papa sobre este texto cuando estábamos hundidos en el miedo y la desesperación por la pandemia? Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

El miedo es una experiencia de nuestra vida humana que todos nosotros en mayor o menor escala hemos sentido. Hay miedos en cada época y en cada edad. Hay miedos razonables que nos ayudan a superarnos, pero hay miedos que paralizan y entorpecen, que provocan accidentes o dejan que sucedan las cosas desagradables. Hay miedo a la vida, a arriesgarse, a lanzarse al compromiso. Hay miedo a dejar las seguridades y después nos queda la duda: “Si me hubiera arriesgado…”.

Se inicia este pasaje con la intención de Jesús de cruzar el lago de Genesaret para ir a la otra orilla, es decir, ir hacia el espacio dominado por las fuerzas malignas según la mentalidad judía. La principal oposición la encuentran en la tormenta que les impide seguir adelante y amenaza con hundirlos en las aguas. El mar es considerado por los israelitas de este tiempo, no solamente con sus peligros naturales de un lago con fuertes y violentas tormentas, diferentes a las del mar abierto pero capaces de volcar las frágiles barcazas, sino que el mar es considerado también como símbolo de todas las fuerzas oscuras, de lo desconocido, de lo que traga y doblega. Entonces produce mucho más miedo que el que pueden superar unos experimentados pescadores. Pasar a la otra orilla con Jesús implica dejar la orilla de las seguridades y de la tranquilidad, anunciar su Reino, seguir sus huellas, dejar comodidades, confort y bienestar. Es arriesgarse, aventurarse a buscar un mundo diferente. Y esto nos causa miedo: miedo al fracaso, miedo al dolor y al sufrimiento. Pero ahí está la invitación de Jesús: “Vamos a la otra orilla”.

Hoy podemos poner delante de Jesús todos nuestros miedos, incluidos aquellos que nos resulta humillante reconocer: nuestro miedo a la verdad, al fracaso, a lo desconocido, a los sentimientos, al cambio. Jesús, el aparentemente dormido, sabe de nuestros miedos y limitaciones, y aun así nos invita a seguirlo y nos hace partícipes de su aventura. Nos da miedo la verdadera pobreza, el hambre, el ridículo y tantas otras cosas que nos atan y nos mantienen inactivos. La pregunta de Jesús, después de apaciguada la tormenta a sus discípulos, va también para nosotros: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Jesús pide confianza absoluta en Él. No tanto en su poder, ya que no ha venido a ejercer poder. Quien cree en Él participa de su experiencia de amor, de pobreza, de perdón y de entrega. Éste es quien vence a las fuerzas que parecían invencibles del pecado, del egoísmo y de la muerte.

Ser discípulo de Jesús implica embarcarse con Él en la misma aventura, romper las amarras, a pesar de nuestros miedos y emprender la travesía con Jesús a bordo. Tenemos que reflexionar y descubrir la raíz de nuestros miedos, sobre todo aquellos que nos mantienen inactivos e indiferentes ante los problemas de los hermanos; aquellos miedos que nos han impedido arriesgarnos en la construcción del Reino, las amarras que nos atan y nos dejan anclados en la orilla. Debemos romper las amenazas que están destruyendo la comunidad: la injusticia, la violencia y la corrupción. Con Cristo venceremos la tentación de caer en el pesimismo y de abandonarnos a los vientos de la resignación. Debemos dar rumbo a la barca de nuestra Iglesia y de nuestras comunidades. También para nosotros hoy Jesús se hace presente. Sólo sabiendo que estamos en la misma barca y remando todos juntos con Jesús podremos reconstruir la esperanza.

¿A qué le tenemos miedo? ¿Son razonables nuestros miedos? ¿Qué hemos dejado de hacer por miedo y después nos hemos arrepentido? ¿Qué nos dicen las palabras de Jesús en estos días, en nuestros tiempos y circunstancias? ¿Cómo podemos fortalecer nuestra esperanza?


Obispo de la Diócesis de Irapuato

Facebook @ObispodeIrapuato

¿Cómo no recordar la homilía del Papa sobre este texto cuando estábamos hundidos en el miedo y la desesperación por la pandemia? Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

El miedo es una experiencia de nuestra vida humana que todos nosotros en mayor o menor escala hemos sentido. Hay miedos en cada época y en cada edad. Hay miedos razonables que nos ayudan a superarnos, pero hay miedos que paralizan y entorpecen, que provocan accidentes o dejan que sucedan las cosas desagradables. Hay miedo a la vida, a arriesgarse, a lanzarse al compromiso. Hay miedo a dejar las seguridades y después nos queda la duda: “Si me hubiera arriesgado…”.

Se inicia este pasaje con la intención de Jesús de cruzar el lago de Genesaret para ir a la otra orilla, es decir, ir hacia el espacio dominado por las fuerzas malignas según la mentalidad judía. La principal oposición la encuentran en la tormenta que les impide seguir adelante y amenaza con hundirlos en las aguas. El mar es considerado por los israelitas de este tiempo, no solamente con sus peligros naturales de un lago con fuertes y violentas tormentas, diferentes a las del mar abierto pero capaces de volcar las frágiles barcazas, sino que el mar es considerado también como símbolo de todas las fuerzas oscuras, de lo desconocido, de lo que traga y doblega. Entonces produce mucho más miedo que el que pueden superar unos experimentados pescadores. Pasar a la otra orilla con Jesús implica dejar la orilla de las seguridades y de la tranquilidad, anunciar su Reino, seguir sus huellas, dejar comodidades, confort y bienestar. Es arriesgarse, aventurarse a buscar un mundo diferente. Y esto nos causa miedo: miedo al fracaso, miedo al dolor y al sufrimiento. Pero ahí está la invitación de Jesús: “Vamos a la otra orilla”.

Hoy podemos poner delante de Jesús todos nuestros miedos, incluidos aquellos que nos resulta humillante reconocer: nuestro miedo a la verdad, al fracaso, a lo desconocido, a los sentimientos, al cambio. Jesús, el aparentemente dormido, sabe de nuestros miedos y limitaciones, y aun así nos invita a seguirlo y nos hace partícipes de su aventura. Nos da miedo la verdadera pobreza, el hambre, el ridículo y tantas otras cosas que nos atan y nos mantienen inactivos. La pregunta de Jesús, después de apaciguada la tormenta a sus discípulos, va también para nosotros: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Jesús pide confianza absoluta en Él. No tanto en su poder, ya que no ha venido a ejercer poder. Quien cree en Él participa de su experiencia de amor, de pobreza, de perdón y de entrega. Éste es quien vence a las fuerzas que parecían invencibles del pecado, del egoísmo y de la muerte.

Ser discípulo de Jesús implica embarcarse con Él en la misma aventura, romper las amarras, a pesar de nuestros miedos y emprender la travesía con Jesús a bordo. Tenemos que reflexionar y descubrir la raíz de nuestros miedos, sobre todo aquellos que nos mantienen inactivos e indiferentes ante los problemas de los hermanos; aquellos miedos que nos han impedido arriesgarnos en la construcción del Reino, las amarras que nos atan y nos dejan anclados en la orilla. Debemos romper las amenazas que están destruyendo la comunidad: la injusticia, la violencia y la corrupción. Con Cristo venceremos la tentación de caer en el pesimismo y de abandonarnos a los vientos de la resignación. Debemos dar rumbo a la barca de nuestra Iglesia y de nuestras comunidades. También para nosotros hoy Jesús se hace presente. Sólo sabiendo que estamos en la misma barca y remando todos juntos con Jesús podremos reconstruir la esperanza.

¿A qué le tenemos miedo? ¿Son razonables nuestros miedos? ¿Qué hemos dejado de hacer por miedo y después nos hemos arrepentido? ¿Qué nos dicen las palabras de Jesús en estos días, en nuestros tiempos y circunstancias? ¿Cómo podemos fortalecer nuestra esperanza?


Obispo de la Diócesis de Irapuato

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