/ miércoles 24 de julio de 2024

Ciudadanos libres o topos socialistas

Últimamente he leído sobre la democracia no solo por la curiosidad que avasalla. Hay algo más que en lo simple que resulta su compleja práctica, en sus complejos y efímeros participantes. De que se resuelva como una forma de gobierno popular y representativo por medio del sufragio. De que permea la idea de que sea una conceptualización individual de la sociedad para mantener un bien común entre la libertad de todos y la igualdad también de todos (aunque sea un ideal bastante elevado de alcanzar). La participación de la ciudadanía como el emblema de la mayoría democrática, la opinión pública en lo público ¿Cuánto hemos aprendido de la herencia de la democracia para llamarnos demócratas? ¿Es posible la libertad en un ecosistema de iguales? Sería que una sociedad democratizada pudiera apreciar sus virtudes desde la decadencia de sus libertades o por encima de las igualdades.

Nuestra democracia tiene tantas caras como voces, las hay de tiranía, de socialismo, de igualdad, de justicia, hay de representación y participación, las hay de libre opinión, de asociación, de pluralismo, división, ignorancia, las hay del liberalismo y de autocracia, a veces de despotismo o de servilismo; es individualista y colectiva; la obediencia ciega murmura al paternalismo, pero sigue siendo parte del juego democrático. Es su dinamismo pragmático lo que la transforma conforme la mayoría que decide y los que no deciden. Eso es la democracia, pero también eso no es la democracia. No habrá libro ni autor que sepa precisarla con autonomía y sin apartar a la duda sin que ésta deje de asomarse. Lo que debe de permanecer es la duda, de tener un juicio sobre el estado democrático, de saber interpretar sus voces y sus rostros sin que otros lo hagan por nosotros. Entendiendo lo anterior la palabra democracia tiene un significado propio y adquiere un sentido amplio o más allá de un simple gobierno del pueblo. A esto último es lo que intentaré desarrollar desde las últimas lecturas y también desde la percepción cotidiana de lo político.

Alexis de Tocqueville es uno de los autores que han desarrollado (sin ser un demócrata) académicamente las caras de la democracia con cierta desconfianza, haciendo advertencias de ello en cada capítulo de su obra la Democracia en América. El principio de mayoría es uno de los elementos axiológicos de las democracias ahí yace su virtud y su misma descomposición, sus cimientos y su ruina. Pues es donde se vierte la voluntad de los individuos libres poco tendría que ver el servilismo ya que entonces la democracia lleva el germen del despotismo en sus entrañas y nuevas formas de servidumbre emergerían (incluso en formas democráticas) y la única cura es el liberalismo tradicional (por algo el ideal liberal no funciona con el socialismo). Ya que el primero tiende a crear un gobierno de hombres libres y el segundo una sociedad de topos ciegos. Desde ahí comienza una distinción que parece advertir lo que ya advertían los clásicos. No es una novedad y tampoco debería sorprendernos. Tampoco la democracia debe lidiar con el socialismo, son incompatibles, pero nuestros políticos (del gobierno actual no de la escasa oposición) la han “convertido” en compatible desde el paternalismo. Lo interesante es lo siguiente: tienen en común una sola palabra, igualdad. Mientras que la democracia (liberal) quiere a la igualdad en la libertad, el socialismo quiere a la igualdad en la servidumbre y la copa parece ya media vacía: ¿dónde está el ciudadano?

De ahí se desprenden dos clases de ciudadanos (aunque otras variantes persisten en el ecosistema democrático) entre el estado liberal democrático y el democrático socialista o paternalista. Me ha resultado digno de estudio. Norberto Bobbio decía que el individualismo no debía ser confundido con el anarquismo filosófico de Stirner (de buscar su propia autorrealización y liberarse de las normas) para constituir una entidad individual en lo colectivo. Pero las relaciones del individuo con la sociedad son vistas por el liberalismo (democrático) y la democracia (socialista) de diferente manera: la democracia liberal busca la libertad por encima de la igualdad, primero se es libre después se es igual (la igualdad de Nietzsche), la democracia socialista busca la igualdad sobre cualquier cosa incluso la prefieren en la servidumbre al no alcanzarla en la libertad. El liberal separa al individuo del cuerpo orgánico de la sociedad y lo hace vivir (moralmente), situándolo en un mundo desconocido por un tiempo para que sobreviva y el Estado solo lo observa. Convierte al individuo en un ciudadano por sí mismo (por lo tanto, piensa por sí mismo), teniendo una libertad reconocida y responsable para elegir a sus representantes. Una sociedad de hombre libres e iguales. El socialista (no es demócrata) prefiere intervenir en la vida del individuo, como el padre que acompaña al hijo, lo hace dependiente de su mano, lo adoctrina con ideales de igualdad democrática y éste, al no alcanzarla en la libertad (liberal), la prefiere en la servidumbre (repartición de miseria), al ser igual no es libre y por lo tanto no piensa por sí mismo, pues la igualdad no puede desarrollarse en la libertad porque atraes nuevas injusticias. En uno se desarrolla el individualismo, en el otro la obedeciera ciega. El liberal hace al individuo

protagonista de toda actividad colectiva, participa con voluntad. El socialista o paternalista moviliza a las masas ignorantes hacia sus propios intereses, mantiene los índices altos de pobreza para mantenerse en su posición con una sociedad de topos.

El liberalismo en la democracia pone en evidencia la capacidad de autoformación, de desarrollar sus propias facultades, de progresar intelectualmente y moralmente en condiciones de libertad. Buscan la libertad en la libertad misma y la democracia moderna se encarga que así sea (obvio que sus reglas). El Estado socialista en la democracia busca hacer del ciudadano una especie de rebaño que coma de sus pasteles, siendo la mano invisible que mece la cuna del hombre hasta la muerte en su seno. No solo es la distribución de la riqueza sino de las oportunidades. La miseria y la fortuna es algo intrínseco en nuestra historia. La desigualdad y el clasismo es parte de la naturaleza del hombre. Es incorregible. El ciudadano es corregible.

Los partidos de este país, leyendo lo anterior, se dirigen al ciudadano acostumbrado a las dádivas de los programas sociales (siendo éstos una mayoría), el juego que éstos juegan le llaman democracia y lo es, pues la Constitución así lo declara. Realmente no hemos tenido un gobierno liberal o neoliberal, siempre hay algo de déspota o socialista, de democrático y antidemocrático. Pero siempre hay una cara diferente de la democracia. Con el actual gobierno puede que se aprecie una tiranía de la mayoría que viven en una vulnerabilidad provocaba y creada para mantener el electorado que poco le importa la libertad si no han probado sus frutos en igualdad y estos se confunden, pues nada tienen que perder. Tocqueville decía que la libertad es aristocrática, tal vez lo sea. En un sistema de este género los ciudadanos salen por un momento de la dependencia para designar a su amo, y luego vuelven a entrar, no son nada.



Analista político y empresarial

@L_E_Arnold

arnoldtafoyale@outlook.com

Últimamente he leído sobre la democracia no solo por la curiosidad que avasalla. Hay algo más que en lo simple que resulta su compleja práctica, en sus complejos y efímeros participantes. De que se resuelva como una forma de gobierno popular y representativo por medio del sufragio. De que permea la idea de que sea una conceptualización individual de la sociedad para mantener un bien común entre la libertad de todos y la igualdad también de todos (aunque sea un ideal bastante elevado de alcanzar). La participación de la ciudadanía como el emblema de la mayoría democrática, la opinión pública en lo público ¿Cuánto hemos aprendido de la herencia de la democracia para llamarnos demócratas? ¿Es posible la libertad en un ecosistema de iguales? Sería que una sociedad democratizada pudiera apreciar sus virtudes desde la decadencia de sus libertades o por encima de las igualdades.

Nuestra democracia tiene tantas caras como voces, las hay de tiranía, de socialismo, de igualdad, de justicia, hay de representación y participación, las hay de libre opinión, de asociación, de pluralismo, división, ignorancia, las hay del liberalismo y de autocracia, a veces de despotismo o de servilismo; es individualista y colectiva; la obediencia ciega murmura al paternalismo, pero sigue siendo parte del juego democrático. Es su dinamismo pragmático lo que la transforma conforme la mayoría que decide y los que no deciden. Eso es la democracia, pero también eso no es la democracia. No habrá libro ni autor que sepa precisarla con autonomía y sin apartar a la duda sin que ésta deje de asomarse. Lo que debe de permanecer es la duda, de tener un juicio sobre el estado democrático, de saber interpretar sus voces y sus rostros sin que otros lo hagan por nosotros. Entendiendo lo anterior la palabra democracia tiene un significado propio y adquiere un sentido amplio o más allá de un simple gobierno del pueblo. A esto último es lo que intentaré desarrollar desde las últimas lecturas y también desde la percepción cotidiana de lo político.

Alexis de Tocqueville es uno de los autores que han desarrollado (sin ser un demócrata) académicamente las caras de la democracia con cierta desconfianza, haciendo advertencias de ello en cada capítulo de su obra la Democracia en América. El principio de mayoría es uno de los elementos axiológicos de las democracias ahí yace su virtud y su misma descomposición, sus cimientos y su ruina. Pues es donde se vierte la voluntad de los individuos libres poco tendría que ver el servilismo ya que entonces la democracia lleva el germen del despotismo en sus entrañas y nuevas formas de servidumbre emergerían (incluso en formas democráticas) y la única cura es el liberalismo tradicional (por algo el ideal liberal no funciona con el socialismo). Ya que el primero tiende a crear un gobierno de hombres libres y el segundo una sociedad de topos ciegos. Desde ahí comienza una distinción que parece advertir lo que ya advertían los clásicos. No es una novedad y tampoco debería sorprendernos. Tampoco la democracia debe lidiar con el socialismo, son incompatibles, pero nuestros políticos (del gobierno actual no de la escasa oposición) la han “convertido” en compatible desde el paternalismo. Lo interesante es lo siguiente: tienen en común una sola palabra, igualdad. Mientras que la democracia (liberal) quiere a la igualdad en la libertad, el socialismo quiere a la igualdad en la servidumbre y la copa parece ya media vacía: ¿dónde está el ciudadano?

De ahí se desprenden dos clases de ciudadanos (aunque otras variantes persisten en el ecosistema democrático) entre el estado liberal democrático y el democrático socialista o paternalista. Me ha resultado digno de estudio. Norberto Bobbio decía que el individualismo no debía ser confundido con el anarquismo filosófico de Stirner (de buscar su propia autorrealización y liberarse de las normas) para constituir una entidad individual en lo colectivo. Pero las relaciones del individuo con la sociedad son vistas por el liberalismo (democrático) y la democracia (socialista) de diferente manera: la democracia liberal busca la libertad por encima de la igualdad, primero se es libre después se es igual (la igualdad de Nietzsche), la democracia socialista busca la igualdad sobre cualquier cosa incluso la prefieren en la servidumbre al no alcanzarla en la libertad. El liberal separa al individuo del cuerpo orgánico de la sociedad y lo hace vivir (moralmente), situándolo en un mundo desconocido por un tiempo para que sobreviva y el Estado solo lo observa. Convierte al individuo en un ciudadano por sí mismo (por lo tanto, piensa por sí mismo), teniendo una libertad reconocida y responsable para elegir a sus representantes. Una sociedad de hombre libres e iguales. El socialista (no es demócrata) prefiere intervenir en la vida del individuo, como el padre que acompaña al hijo, lo hace dependiente de su mano, lo adoctrina con ideales de igualdad democrática y éste, al no alcanzarla en la libertad (liberal), la prefiere en la servidumbre (repartición de miseria), al ser igual no es libre y por lo tanto no piensa por sí mismo, pues la igualdad no puede desarrollarse en la libertad porque atraes nuevas injusticias. En uno se desarrolla el individualismo, en el otro la obedeciera ciega. El liberal hace al individuo

protagonista de toda actividad colectiva, participa con voluntad. El socialista o paternalista moviliza a las masas ignorantes hacia sus propios intereses, mantiene los índices altos de pobreza para mantenerse en su posición con una sociedad de topos.

El liberalismo en la democracia pone en evidencia la capacidad de autoformación, de desarrollar sus propias facultades, de progresar intelectualmente y moralmente en condiciones de libertad. Buscan la libertad en la libertad misma y la democracia moderna se encarga que así sea (obvio que sus reglas). El Estado socialista en la democracia busca hacer del ciudadano una especie de rebaño que coma de sus pasteles, siendo la mano invisible que mece la cuna del hombre hasta la muerte en su seno. No solo es la distribución de la riqueza sino de las oportunidades. La miseria y la fortuna es algo intrínseco en nuestra historia. La desigualdad y el clasismo es parte de la naturaleza del hombre. Es incorregible. El ciudadano es corregible.

Los partidos de este país, leyendo lo anterior, se dirigen al ciudadano acostumbrado a las dádivas de los programas sociales (siendo éstos una mayoría), el juego que éstos juegan le llaman democracia y lo es, pues la Constitución así lo declara. Realmente no hemos tenido un gobierno liberal o neoliberal, siempre hay algo de déspota o socialista, de democrático y antidemocrático. Pero siempre hay una cara diferente de la democracia. Con el actual gobierno puede que se aprecie una tiranía de la mayoría que viven en una vulnerabilidad provocaba y creada para mantener el electorado que poco le importa la libertad si no han probado sus frutos en igualdad y estos se confunden, pues nada tienen que perder. Tocqueville decía que la libertad es aristocrática, tal vez lo sea. En un sistema de este género los ciudadanos salen por un momento de la dependencia para designar a su amo, y luego vuelven a entrar, no son nada.



Analista político y empresarial

@L_E_Arnold

arnoldtafoyale@outlook.com