/ domingo 16 de junio de 2024

¿Cómo damos esperanza en momentos de duelo y pesimismo?

El Reino de Dios es siempre novedad, siempre dinamismo y ya está presente en este mundo, aunque a veces no lo parezca. El Papa Francisco nos previene sobre el desaliento y la actitud negativa cuando los frutos no aparecen como nosotros lo esperábamos, y nos advierte del gran pecado del pesimismo: bajar las manos sin apenas haber luchado. Cristo nos descubre en sus parábolas cómo son los caminos de Dios, en contraste con los caminos del hombre, y el sorpresivo resultado final de pequeños inicios y una constante lucha en el silencio y en el anonimato que parecería infructuosa.

¿Qué tiene de extraordinaria la escena que nos presenta la primera parábola de este día? En aquel tiempo, y ahora, era escena cotidiana la salida de los sembradores a realizar su faena y depositar su semilla en el surco abierto. ¿Por qué la narraría entonces Jesús? Porque en aquel tiempo, y ahora también, ante los escasos frutos logrados en la lucha por el Reino, en la búsqueda de la justicia, en la difusión de la palabra, llegan momentos de desaliento y se corre el riesgo de dejar de sembrar, de sentarse a rumiar el pesimismo, de dejar que las cosas vayan por sí solas.

Si miramos así la parábola, encontraremos un fuerte reclamo a esta sociedad que se ha cansado, que está hastiada, que de tanto dolor y aburrimiento se emborracha en sus placeres, en su imagen y se olvida de la construcción del Reino. Tantos sueños se han roto, que acabamos por quedarnos dormidos; tantos ideales han fracasado que no queremos ya levantar la vista; tantas veces nos hemos visto caídos que ya no queremos levantarnos. ¿No es cierto que el pesimismo y la indiferencia se han apoderado de muchos de nosotros? Pues ahí está otra vez la invitación a sembrar. Si se siembra, habrá esperanza de cosecha, si el terreno permanece intacto, queda estéril y se llena de maleza. El discípulo del Reino no tiene derecho a cruzarse de brazos y a fingir ignorancia, mientras hay un mundo de miseria que reclama el trabajo, quizás pequeño, pero constante y esforzado del que ha depositado su fe en Jesús. Es cierto: hay corrupción, hay injusticias, pero seguirán creciendo si no sembramos paz, honestidad, coherencia y justicia. La siembra escondida, en silencio, con esperanza, tiene la promesa del fruto futuro.

Construir el Reino implica “hacer” y “dejarse hacer” por Dios

Pero, atención, la parábola de la semilla que crece por sí sola insiste en la fuerza que posee el Reino de Dios sembrado ya en la tierra. A nosotros nos toca poner la semilla, al Señor le toca darle crecimiento. Se requiere paciencia y perseverancia. Crece lento, por pasos: “primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas”, pero de forma inexorable, a pesar de unos comienzos ocultos. Duerma o se levante el hombre, de noche o de día, sin que él sepa cómo, la semilla brota y crece por sí misma, aunque nadie la trabaje. El Reino rompe nuestros esquemas, es don y no depende sólo de nuestro trabajo y esfuerzo. Creer en Dios, creer en las personas, creer en el Reino, respetar los ritmos y confiar en la dinámica de su realización aquí, es mucho más que “hacer”: es dejar hacer y dejar hacerse. Es cambiar el corazón y abrirlo al Reino. Es buscar ponerse confiadamente en manos de Dios. De ningún modo es invitación a la desidia y al providencialismo. Es el compromiso fuerte de sembrar y trabajar, pero después, en oración, poner confiadamente nuestros esfuerzos en manos del Padre que nos ama y que le dará crecimiento.

El Reino no llega con escándalos y propagandas mentirosas, se construye desde lo pequeño y desde los pequeños, cada día, con entrega, con constancia, con dedicación, calladamente. ¿Cómo estamos construyendo el Reino de Dios? ¿Cómo damos esperanza en esos momentos de duelo, desconfianzas y pesimismo? El verdadero cristiano sigue sembrando en silencio, y espera confiado la lluvia de amor de Dios Padre que dará crecimiento y fortaleza a su semilla.



Obispo de la Diócesis de Irapuato

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