/ domingo 13 de octubre de 2024

Hay que despojarse para ser libres de seguir a Jesús

La primera lectura de este domingo nos lanza a descubrir la sabiduría y el camino para alcanzar verdadera felicidad. La respuesta la tiene el evangelio: uno de esos pasajes a los que le buscamos explicaciones y decimos que Jesús habla en forma figurada para no comprometernos en serio con lo que Él afirma. “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Ya la misma pregunta en sí nos llama la atención. Hoy día aparecen muchos libros y recetas para ganar dinero, tener éxito, obtener poder, pero casi nadie parece estar interesado en saber cómo ganarse la vida eterna, la plenitud de la vida. La respuesta de Jesús, para muchos de nosotros, es ya bastante exigente: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”. No insiste Jesús en muchas celebraciones o mucho culto, insiste en el amor y la relación con el prójimo. Así Jesús, como ya lo habían hecho muchos profetas anteriores, afirma que la ofensa en contra del ser humano es la que ofende a Dios. Para nuestra sorpresa, el hombre que hizo esta pregunta afirma que lo ha cumplido todo desde pequeño. Cosa que ojalá pudiéramos decir cada uno de nosotros.

“Jesús lo miró con amor”. Para hacer su propuesta Jesús, lo hace a partir del amor. Toda su exigencia se entiende solamente como respuesta del amor y por amor. “Una cosa te falta”, sí, es una sola cosa, pero es la decisiva: pensar en una manera nueva, mirar de otra forma la propia vida, tener otros intereses. Y ahí se complica todo: no es que el hombre rico no piense; parecería que sus pensamientos funcionan, y muy bien, pero sólo en una dirección: defender, aumentar, consolidar las propias posesiones, hacer crecer su riqueza; no es capaz de pensar en otra forma de vivir. Y Cristo le propone un seguimiento radical: al mirarlo con amor, lo invita a ser su discípulo, a dejar de seguir apeteciendo y confiando en el dinero; le invita a vivir como Él mismo vive: en verdadera libertad, felicidad y amor. El apego a los bienes endurece el corazón, dificulta las relaciones con los demás, enfría la fraternidad humana, nos cierra para compartir con el necesitado; en una palabra, hace imposible el seguimiento de Cristo.

La ambición del dinero, aunque a veces no lo tengamos, nos lleva a destruir y destruirnos con tal de poseer. El rico nunca se conforma con lo que ya tiene, siempre ambiciona más y destruye. El grave problema de nuestro mundo no es la falta de alimentos, sino la ambición. La ambición provoca la corrupción, la violación de derechos humanos, la ilegalidad, la destrucción del medio ambiente a favor de unos cuantos, miseria y pobreza. El agua, el aire, los árboles, las minas, lejos de ser una fuente de ingresos y bienestar para todos los hermanos, se han convertido en botín de unos cuantos que saquean y arrebatan y al final dejan las zonas estériles y vacías. La afirmación de Jesús: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”, es muy dura si nos la tomamos en serio.

Seguir a Jesús es muy exigente. La invitación que hace con amor a ser uno de los suyos exige tener el corazón libre. No sólo hay que dejar todos los bienes, sino que hay que repartirlo a los pobres. No basta respetar la justicia, hay que ir a la raíz del mal y fundamento de la injusticia: la ambición de la riqueza. Así, aquel hombre prefiere seguir “cumpliendo” mandamientos, pero no se arriesga a la aventura de una entrega total y un amor verdadero que ofrece Jesús. De ahí también el escándalo de los discípulos y las interpretaciones sencillas y fáciles que muchos buscan para poder “pasar por el ojo de una aguja”. Lo importante es la libertad del corazón.

Como cada domingo la Palabra de Dios nos viene a exigir y a cuestionar profundamente, pero ahora muy de cerca, en las estructuras sociales, en la familia, en las relaciones: tener el corazón libre. Acerquémonos a Jesús con todas nuestras posesiones, poquitas o muchas, y veamos si no nos están atando el corazón. Miremos si nuestra ambición no ha dañado a personas, a la naturaleza, a la familia, o nuestra relación con Dios. Descubramos, juntos con Jesús, qué es lo que nos hace falta para encontrar una vida verdadera y plena. Y entonces escuchemos las palabras amorosas de Jesús: “Ven y sígueme”


Obispo de la Diócesis de Irapuato

@ObispodeIrapuato


La primera lectura de este domingo nos lanza a descubrir la sabiduría y el camino para alcanzar verdadera felicidad. La respuesta la tiene el evangelio: uno de esos pasajes a los que le buscamos explicaciones y decimos que Jesús habla en forma figurada para no comprometernos en serio con lo que Él afirma. “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Ya la misma pregunta en sí nos llama la atención. Hoy día aparecen muchos libros y recetas para ganar dinero, tener éxito, obtener poder, pero casi nadie parece estar interesado en saber cómo ganarse la vida eterna, la plenitud de la vida. La respuesta de Jesús, para muchos de nosotros, es ya bastante exigente: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”. No insiste Jesús en muchas celebraciones o mucho culto, insiste en el amor y la relación con el prójimo. Así Jesús, como ya lo habían hecho muchos profetas anteriores, afirma que la ofensa en contra del ser humano es la que ofende a Dios. Para nuestra sorpresa, el hombre que hizo esta pregunta afirma que lo ha cumplido todo desde pequeño. Cosa que ojalá pudiéramos decir cada uno de nosotros.

“Jesús lo miró con amor”. Para hacer su propuesta Jesús, lo hace a partir del amor. Toda su exigencia se entiende solamente como respuesta del amor y por amor. “Una cosa te falta”, sí, es una sola cosa, pero es la decisiva: pensar en una manera nueva, mirar de otra forma la propia vida, tener otros intereses. Y ahí se complica todo: no es que el hombre rico no piense; parecería que sus pensamientos funcionan, y muy bien, pero sólo en una dirección: defender, aumentar, consolidar las propias posesiones, hacer crecer su riqueza; no es capaz de pensar en otra forma de vivir. Y Cristo le propone un seguimiento radical: al mirarlo con amor, lo invita a ser su discípulo, a dejar de seguir apeteciendo y confiando en el dinero; le invita a vivir como Él mismo vive: en verdadera libertad, felicidad y amor. El apego a los bienes endurece el corazón, dificulta las relaciones con los demás, enfría la fraternidad humana, nos cierra para compartir con el necesitado; en una palabra, hace imposible el seguimiento de Cristo.

La ambición del dinero, aunque a veces no lo tengamos, nos lleva a destruir y destruirnos con tal de poseer. El rico nunca se conforma con lo que ya tiene, siempre ambiciona más y destruye. El grave problema de nuestro mundo no es la falta de alimentos, sino la ambición. La ambición provoca la corrupción, la violación de derechos humanos, la ilegalidad, la destrucción del medio ambiente a favor de unos cuantos, miseria y pobreza. El agua, el aire, los árboles, las minas, lejos de ser una fuente de ingresos y bienestar para todos los hermanos, se han convertido en botín de unos cuantos que saquean y arrebatan y al final dejan las zonas estériles y vacías. La afirmación de Jesús: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”, es muy dura si nos la tomamos en serio.

Seguir a Jesús es muy exigente. La invitación que hace con amor a ser uno de los suyos exige tener el corazón libre. No sólo hay que dejar todos los bienes, sino que hay que repartirlo a los pobres. No basta respetar la justicia, hay que ir a la raíz del mal y fundamento de la injusticia: la ambición de la riqueza. Así, aquel hombre prefiere seguir “cumpliendo” mandamientos, pero no se arriesga a la aventura de una entrega total y un amor verdadero que ofrece Jesús. De ahí también el escándalo de los discípulos y las interpretaciones sencillas y fáciles que muchos buscan para poder “pasar por el ojo de una aguja”. Lo importante es la libertad del corazón.

Como cada domingo la Palabra de Dios nos viene a exigir y a cuestionar profundamente, pero ahora muy de cerca, en las estructuras sociales, en la familia, en las relaciones: tener el corazón libre. Acerquémonos a Jesús con todas nuestras posesiones, poquitas o muchas, y veamos si no nos están atando el corazón. Miremos si nuestra ambición no ha dañado a personas, a la naturaleza, a la familia, o nuestra relación con Dios. Descubramos, juntos con Jesús, qué es lo que nos hace falta para encontrar una vida verdadera y plena. Y entonces escuchemos las palabras amorosas de Jesús: “Ven y sígueme”


Obispo de la Diócesis de Irapuato

@ObispodeIrapuato