Era un juego extraño aquel, pero si, un juego. Tan sencillo como gritar y correr. ¿Por qué nos gusta tanto correr cuando somos niños? Aquello era una forma de ver a la guerra como si fuera un juego en el que todo podía solucionarse con un “¡Stop!”, destreza y velocidad de por medio.
Un grupo de niños pintaban un círculo con yeso blanco o un fragmento de tabique rojo en el piso, casi siempre en la calle. Tan grande como participantes hubiera. Digamos seis. Se dividía el círculo en rebanadas, como de pastel, en el centro otro círculo que decía “Stop”. Cada parte de las divisiones tenía un nombre de país: Japón, Alemania, Estados Unidos, Italia, México, Oaxaca… Y cada niño representaba a cada uno de ellos…
Un designado gritaba: “¡Declaro la guerra a…! silencio…, a…. silencio…a, más silencio, todos alerta, todos con un pie en su rebanada del círculo… ¡Declaro la guerra a… Italia!... todos corrían; el niño Italia tenía que pisar el centro y gritar “Stop”. Todos paraban y entonces a pasos gigantes se acercaba al que estaba más cerca quien sería el que declararía la guerra luego. Pero perdía puntos.
Un juego que aún tenía los aromas de la Segunda Guerra Mundial. Aquella etapa, que vivieron muchos, fue muy dolorosa para quienes sufrieron sus consecuencias. Los políticos y militares no miden el dolor de cientos-miles-millones de seres humanos.
Muchas guerras se pudieron evitar, también es cierto. Si tan sólo se hubiera utilizado el recurso de la negociación, el diálogo, la diplomacia, la buena voluntad para no llegar al extremo del dolor y el llanto, de la pérdida de seres humanos, de la muerte…
Para muchos de los antiguos soldados griegos, romanos, turcos ser parte de la guerra era un privilegio, un honor reservado a los valientes, a los de gran espíritu y temeridad. Eran hombres hechos para la guerra… Igual que ocurría entre las culturas prehispánicas del territorio continental que hoy es América. Los niños –en el caso Azteca- eran preparados para la guerra desde pequeños. Y los muertos en guerra eran reconocidos como héroes…
Pero con honores o no, con glorias o no, con triunfos o fracasos en guerra, la guerra es dolorosa, terrible, inhumana; el ser humano pierde su carácter racional para actuar por instinto, por orgullo, por soberbia, por odio, por satisfacer su instinto brutal, casi animal.
Algunos ven a la guerra como un arte. Como una estrategia. Como un juego de luces que tiene un sentido: la victoria…
Hay un tratado militar chino que data del siglo V a. C. Es el texto de un general chino. Sun Tzu, que se ha convertido en un clásico de estrategia mundial: “El arte de la guerra”.
La obra no es solo un libro de militar, también enseña la estrategia aplicada con sabiduría a la naturaleza humana en los momentos de conflicto. Es una obra útil para comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución.
De la obra de Sun Tzu se desprende la capacidad de imponer la voluntad de uno sobre otro; ya por la vía diplomática o una vez agotada esta posibilidad, entonces por medio de la guerra.
La guerra, dice Tzu, es un asunto de importancia más para los países, algo para lo cual deben estar preparados. Y para ello se requiere la planeación y ejecución de movimientos de forma organizada y audazmente utilizada por los gobernantes y generales para intentar tener éxito en el intento de imponer su voluntad militar sobre el otro.
Para Sun Tzu es más importante ganarle al enemigo “sin llegar a luchar abiertamente” con él, atacar su voluntad y conocerle muy bien, para encontrar sus debilidades y tomar ventaja de ello, logrando atacar puntos específicos sin infligir más daño del necesario y obtener la victoria.
Muchos años después, entre 1516-1531, Nicolás Maquiavelo publicó “El Príncipe”. Un tratado político, estratégico y de gobierno y diplomacia. No obstante gran parte de la obra está dedicada precisamente a la guerra.
Para Niccolo de Maquiavelo, el uso de las armas en una sociedad políticamente organizada es natural, independientemente de cuál sea su forma de gobierno, república o principado. Desde su perspectiva, cualquier relación de mando y obediencia entre hombres o cualquier relación política, implica la necesidad de recurrir a las armas.
En contraposición, otros autores han desarrollado su obra en torno a un concepto ineludible siempre, el de la paz: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” escrituró Juárez en México.
Thoreau, Gandhi, Camus, Brecht, Galtung y Hannah Arendt y muchísimos más, han destacado por sus aportaciones para la paz, a partir de sus preocupaciones y sus análisis serios. Parte de ellos escribieron con conocimiento de causa pues vivieron en sus propias carnes la Segunda Guerra Mundial.
Esta Segunda Guerra Mundial fue, quizá, una de las más sangrientas en la historia de la humanidad. A lo largo de los 6 años que duró, murieron aproximadamente 100 millones de personas. El recuento de las víctimas ha sido siempre objeto de estudio y análisis, aunque los estudiosos cifran en esta cantidad el resultado mortal.
Entre las víctimas cuentan, tanto a los combatientes como también, y sobre todo, a la población civil, víctima de la violencia provocada por los enfrentamientos armados, y sobre todo por los bombardeos indiscriminados sobre las ciudades, muchas veces indefensas.
En una u otra parte de las partes se llevaron a cabo violaciones masivas de los derechos humanos; ocurrió el Holocausto que buscaba exterminar a los judíos; hubo deportaciones masivas y la reclusión de miles en campos de concentración por cuestiones raciales, religiosas, de preferencia sexual o, incluso, por el mero hecho de pensar diferente.
Hay que agregar a los millones de refugiados y desplazados que sufrieron hambre, el rigor del clima y la falta de cuidados médicos.
Decirlo así es aparentemente fácil. Pero duele. Porque todo esto encierra una sola cosa: el dolor humano. La tragedia de vivir en guerra es grave y mortal. Sólo quienes han vivido la tormenta de las ráfagas, la amenaza de los misiles o las bombas, el terror por perder la vida de los seres más queridos y la propia se apoderan de quienes, sin deberla, están sometidos a los designios de un poder político y militar ciego e infame.
México sabe de guerras. Prácticamente todo el siglo XIX mexicano ocurrió entre guerras, ya por intervención de potencia extranjeras, o internas por la imposición de intereses de parte. Miles de mexicanos murieron aquel siglo, de una y otra parte: realistas o independentistas, liberales o conservadores y aunque triunfó la República, pronto ocurriría una Revolución Mexicana que, ya se ha dicho, costó al país 1 millón de personas por lo menos, y otro tanto huyó fuera del país por eso: por los horrores de la guerra.
Luego vendría la Guerra Cristera de 1926 a 1929 por razones religiosas y ubicada en el Bajío y occidente mexicanos. Y de nueva cuenta, miles de vidas perdidas; miles de pérdidas económicas y patrimoniales ocurrieron entonces. Y el sufrimiento de miles.
Hoy mismo, México vive otra guerra, de distinta naturaleza, pero guerra al fin. La muerte está ahí, el dolor humano está ahí, la destrucción de casas, de vidas, de aspiraciones y sueños está ahí en gran parte del territorio mexicano. La guerra de una sola parte en tanto que el Estado ha sido incapaz de contener la agresión cotidiana en contra de la vida de hombres, mujeres, niños, ancianos… Dolor-dolor-dolor.
Porque eso es una guerra, se resume en lo mismo que prometió Winston Churchill a los ingleses cuando entró Inglaterra a la Segunda Guerra Mundial: Sangre, sudor, lágrimas.
Y todo esto viene al caso porque ya se habla de una Tercera Guerra Mundial. Es poco probable dadas las actuales circunstancias. Pero la invasión de Rusia a Ucrania en febrero de 2022 ya ha costado miles de civiles y militares heridos o muertos en Ucrania.
El cálculo reciente es de que 120 mil soldados rusos han muerto entre el inicio de la guerra y agosto de 2023 y 180 mil están heridos. Hasta agosto de 2023 habían muerto 70 mil soldados ucranianos y entre 100 mil y 120 mil fueron heridos.
Ya hoy se anuncian escaladas mortales. Estados Unidos autoriza misiles de largo alcance; Rusia amenaza con el uso de armas nucleares. El mundo en vilo.
La guerra, desdicha fuerte. Ojalá no. Ojalá la vida siga su curso y el mundo encuentre paz para sí, y para los que habrán de llegar. “¡Declaro la guerra en contra de: La guerra!”