Murió fulano… falleció zutano… ahora le tocó a Martín!!!... ¡¡¡¿¿¿a Martín???¡¡¡ Pero si él no tenía Covid… Ni modo, no sólo de ese virus parten de este mundo. Así es la vida, es cruel; a todos nos toca, a unos hoy y a otros más tarde, pero nadie escapa... Pero me niego, hacía poco que lo vi y bien, en su casa!!! Ciertamente no era un jovenzuelo, pero tampoco un anciano… es más yo jugué con él al básquet bol… me subió a su bicicleta cuando yo era un niño… y convivíamos mucho. Perdón, pero esto último ¿cuándo fue? -Sí, es cierto, esto ocurrió por allá a finales de los setentas, el tiempo ha pasado.
Es verdad, hace algunas décadas me paseaba en su bicicleta tipo de carreras, ahí me subía, me sentaba de lado sobre el tubo, yo me sujetaba del manubrio y me preguntaba para mí mismo sí sería capaz Martín de emprender nuestro “viaje”… para mí imposible… una bici grande, yo con quizá cinco o seis años de edad y él con quince aproximadamente. ¿Podría manejarla llevándome de pasaje? ¡¡¡Imposible para mí !!!
Vámonos, se impulsaba despegando su pié de la banqueta para colocarlo en el pedal y a darle mientras sentía yo en mis manos como temblaba y se movía el manubrio de un lado hacia el otro para no perder el equilibrio de la bicicleta y no caernos mientras tomaba velocidad y segundos después el milagro estaba hecho… Martín lograba rodar suavemente su bicicleta; era mi héroe, no nos caíamos… sí que podía manejarla llevándome a bordo y así comenzaba nuestro breve, muy breve paseo sobre la calle de Allende afuera de la casa de mis papas, en pleno centro de la ciudad; eran otros tiempos. El próximo domingo, si acaso volviera de nuevo Martín, quizá se repetiría la hazaña… pero quizá no, pues más bien era a mi hermano Prin –un año mayor que yo- a quien subía mayormente a la bicicleta, a mí muy de vez en cuando.
Pasados dos o tres años más acordamos Luis (hermano menor de Martin) Prin y yo ir a jugar en un día sábado básquet-bol a la escuela primaria Morelos. Sí, aún en sábado, nos permitían el acceso, incluso hasta ocasionalmente en domingo también, pues Hilarita fiel guardiana de dicha escuela -aunque tardaba un montón en salir desde dentro para abrirnos la puerta-, siempre lo hacía con una angelical sonrisa- Llegaba con un titipuchal de llaves, y a probarlas casi todas, pues sólo una era la del candado de la cadena que abriría la reja. Por fin entrábamos. ¡Qué tiempos!
-Martín vendrá en un rato más- nos aseguró Luis.
Qué emoción sentíamos Prin y yo, pues nos acompañaría ésta vez Martín, el mayor de todos, el más fuerte, del que estábamos expectantes por verle hacer jugadas, fintas y lanzamientos con el balón… aunque dos o tres veces ya nos había dejado plantados en la Morelos, ésta vez no faltaría.
Comenzamos sólo los tres a jugar, sí, Luis, Prin y yo… Pasados no sé cuántos minutos y concentrados en nuestro juego, de repente desde lejos, vimos por fin entrar a la Morelos la peculiar figura de Martín… ¡Qué emoción! Le lancé el balón fuertemente… lo tomó, dio tres o cuatro botes para luego lanzarlo hacia el lejano aro con ímpetu cual proyectil de guerra…!!! Mentiría yo si dijera que asestó, pero eso no importaba, lo verdaderamente importante era que lo había hecho llegar lanzándolo de lado a lado del patio –llamémosle cancha- impactándolo en el tablero que retumbó y se estremeció fuertemente; así quedamos mi hermano y yo fascinados de ver cómo se había cimbrado la vieja madera por el rebote del balón lanzado con decidida energía.
A estas alturas ya nos estaremos dando cuenta de cuál fue el resultado de los “onces” y “veintiunos” que jugamos: todos los perdimos; no le ganábamos, ni con la ayuda de Luis, pero nos divertíamos en grande.
Ni modo, así es la vida, ahora se nos fue Martín… digamos que sólo se nos adelantó. Un abrazo, grande y fraterno… enorme, enorme hasta allá donde estas Martín… Descansa en Paz, que Dios te tiene en Su Santa Gloria.