Un reclamo y una alabanza brotan de los labios de Jesús en este domingo: frente a los escribas que han pervertido el sentido de la ley, llega fuerte su recriminación; en cambio aparece luminosa y digna de elogio la generosidad de la viuda que, con sus dos monedas, entrega la vida y todas sus posesiones. Jesús exhibe la hipocresía del dinero –que hace mucho ruido– y la aparente bondad los escribas. En cambio, alaba la generosidad de una ofrenda en la que se entrega todo lo que se posee. Jesús sabe ver más allá de las apariencias y nos hace fijarnos en hombres y mujeres que, aparentemente, no tienen nada que llame la atención. Sentado, observando, no se le escapa la ostentación de los ricos, ni pasa desapercibida la insignificante ofrenda de la viuda. El contraste es manifiesto y Jesús se muestra como juez implacable de los que hacen ostentación de su dinero, poder y generosidad, y como defensor insobornable de los más pobres.
Sería interesante conocer y platicar con esta viuda pobre sobre sus necesidades, sus deseos. ¿Por qué ha depositado todo lo que le quedaba para vivir en la alcancía? Pero, sobre todo, sería muy interesante preguntarle qué significa tener fe, qué significa la generosidad (virtudes y actitudes de la vida que se entrelazan entre sí y se sostienen). Pero me temo que no nos explicaría mucho: ella las vive antes que explicarlas. Quizás nos diría que les toca a los escribas describir y explicar esas actitudes. Ellos saben mucho, y lo explican con palabras bonitas; ella solamente entrega al Señor todo lo que tiene: es tan pobre que ¿qué más puede hacer? Pero ella lo pone todo en manos del Señor. Y ahí comienza la fe: confiar plenamente en Dios. Fe, antes que nada, significa no hacer cálculos, no hacer reservas, no tomar medidas precautorias. Se trata de arriesgar todo, sin esconder alguna cosa como prenda de garantía. Se trata de iniciar una aventura por un camino difícil, sin dejar posibles puertas de escape. La fe comienza cuando nos encontramos con nuestras manos vacías y nos ponemos en las manos de Dios.
Pero la generosidad de esta viuda es también la base de la solidaridad. No se trata de dar lo que nos sobra o que ya no necesitamos. No se trata de deshacernos de la basura que estorba en nuestras casas y que “a lo mejor al otro” le puede ser útil. No se trata de una ayuda que humille, sino de un compromiso que promueva la hermandad. Uno es generoso, no cuando se atiene a todas sus posesiones para sentirse seguro, sino cuando ofrece aquello que también a él le hace falta. Ciertamente es una revolución en nuestro pensamiento y en nuestras ambiciones, pero la propuesta de Jesús es revolucionaria o deja de ser verdadera. Jesús no propone la mediocridad y la indiferencia: ¡él mismo se ha entregado a plenitud!
Hay otra enseñanza que nos deja esta viuda pobre: hacer nuestras tareas a plenitud y no en la mediocridad. Hay muchos que van “sobreviviendo”, “pasándola”, “dejándose llevar por los vientos”, pero sin vivir plenamente. Si contemplamos a Jesús, lo descubrimos viviendo y dándose sin medida, sin cálculos, dando todo lo que tiene y dándose todo entero; vaciándose, anonadándose y agotándose, sin nada para sí mismo. Por eso se entrega en un pan: triturado, para que todos los coman y tengan vida.
Hoy hay gente que vive así. Que les gusta dejarse llevar por la explosión de su generosidad, que llenan cada momento con su entusiasmo y su alegría, aunque tengan los bolsillos vacíos. Sólo uniendo lo poco –casi nada– que tienen miles de personas generosas se logrará crear un mundo nuevo. Conozco personas que la crisis y la pobreza les ha dejado un carácter agrio y ha dividido y puesto en pleito a las familias; y recuerdo también otras familias que, gracias a una crisis económica, han descubierto que tenían muchos más valores que compartir, y que su amor los sostiene y alienta. Nuestra aportación a un mundo mejor, nuestra generosidad, por ser tan pequeña, parece que no solucionará los graves problemas, pero desencadena la esperanza y la alegría por hacer, mantiene vivo el rescoldo del amor. Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de demostrar que el amor vence al odio, a la indiferencia y a la injusticia.
Obispo de la Diócesis de Irapuato
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