/ sábado 29 de junio de 2024

Maestro Jorge Adolfo León Barajas

Casi todos hemos tenido, en alguna etapa de nuestra vida, alguien que ha ejercido influencia en nosotros, ya sea en el ámbito escolar, deportivo, cultural o social. En mi caso fue mi cuñado Jorge Adolfo León Barajas, mismo que recuerdo con mucho cariño, sobre todo por su reciente partida, pero él aceptaba la promesa de Jesucristo: “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”. Este artículo está escrito con dolor y agradecimiento a mi cuñado, por sus enseñanzas de vida en mi adolecencia.

El maestro Jorge Adolfo León Barajas fue hijo del distinguido supervisor de nivel de primarias Mariano León Aguirre y la señorita Margarita Barajas Quezada, mismos que engendraron además de Jorge Adolfo a Margarita (reina), Ricardo, Mariano (Nete) Rogelio y Raúl. Todos destacadas personalidades en Guanajuato, ciudad capital de nuestro estado. Cuando crecieron Jorge Alberto (Coqui), Nora Edith, Teresa Elizet (Tereliz) y Rubén, hijos de Jorge Adolfo y mi hermana Teresa Soto Martínez, todos León Soto los inscribieron en la escuela que les correspondía, según la edad, eran frecuentes diálogos similares al siguiente, después del consabido toc, toc, toc. -Perdone profesor, ¿Está León? - ¿Cuál León? -Pues León. Y con ese fino humor, les contestaba Jorge Adolfo, a quien todos llamaban yoyo. -Pues mira joven, aquí todos somos León, porque yo me apellido León. Hasta mi esposa que es de Irapuato se llama Teresa Soto de León. -Bueno, entonces después vuelvo.

Toda la infancia de Jorge Adolfo fue difícil porque tenía un problema en los ojos y nadie se había dado cuenta, hasta que su papá lo llevó con el oculista. Ahí el doctor dictaminó que necesitaba lentes porque todo lo veía borroso. A partir de entonces, fue muy feliz. Todo era radicalmente distinto. Distinguía muy bien los colores, sus compañeros y su familia no eran siluetas, sino persona con sus rasgos bien definidos: ojos negros o café, piel morena o blanca, labios gruesos o delgados, convirtiéndose además en un excelente lector. Se inscribió en el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, y aprendió a dibujar y a pintar.

Trabajó en el museo de la Alhóndiga de Granaditas casi dos décadas y por lo mismo se inscribió en la carrera de historia en la ahora Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, con el fin de realizar las debidas explicaciones en el museo. Fundó una escuela primaria para adultos que funcionaba de 7 a 10 de la noche en las instalaciones de la Escuela 22 de Abril. Su esposa, Teresa Soto Martínez, fue alumna de la primera generación de la Escuela Normal Primaria de Irapuato formando una excelente pareja, apoyándose en todo.

Sabiendo Yoyo, que me aficioné al teatro, me obsequió varias obras para ponerlas en escena, entre las cuáles estaban: “Noche de difuntos” y “Se vende una burra”. Al montarlas en el escenario de la escuela Normal Primaria, con alumnos de la misma institución, recibimos muchos aplausos. Mi cuñado, Jorge Adolfo León Barajas, fue un maestro culto, inteligente, estudioso, tolerante y dueño de sí mismo. Lo admiré tanto, que a la primogénita de mi familia la llamamos con el dulce nombre de Georgina.

ezequielsotomar@outlook.com

Casi todos hemos tenido, en alguna etapa de nuestra vida, alguien que ha ejercido influencia en nosotros, ya sea en el ámbito escolar, deportivo, cultural o social. En mi caso fue mi cuñado Jorge Adolfo León Barajas, mismo que recuerdo con mucho cariño, sobre todo por su reciente partida, pero él aceptaba la promesa de Jesucristo: “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”. Este artículo está escrito con dolor y agradecimiento a mi cuñado, por sus enseñanzas de vida en mi adolecencia.

El maestro Jorge Adolfo León Barajas fue hijo del distinguido supervisor de nivel de primarias Mariano León Aguirre y la señorita Margarita Barajas Quezada, mismos que engendraron además de Jorge Adolfo a Margarita (reina), Ricardo, Mariano (Nete) Rogelio y Raúl. Todos destacadas personalidades en Guanajuato, ciudad capital de nuestro estado. Cuando crecieron Jorge Alberto (Coqui), Nora Edith, Teresa Elizet (Tereliz) y Rubén, hijos de Jorge Adolfo y mi hermana Teresa Soto Martínez, todos León Soto los inscribieron en la escuela que les correspondía, según la edad, eran frecuentes diálogos similares al siguiente, después del consabido toc, toc, toc. -Perdone profesor, ¿Está León? - ¿Cuál León? -Pues León. Y con ese fino humor, les contestaba Jorge Adolfo, a quien todos llamaban yoyo. -Pues mira joven, aquí todos somos León, porque yo me apellido León. Hasta mi esposa que es de Irapuato se llama Teresa Soto de León. -Bueno, entonces después vuelvo.

Toda la infancia de Jorge Adolfo fue difícil porque tenía un problema en los ojos y nadie se había dado cuenta, hasta que su papá lo llevó con el oculista. Ahí el doctor dictaminó que necesitaba lentes porque todo lo veía borroso. A partir de entonces, fue muy feliz. Todo era radicalmente distinto. Distinguía muy bien los colores, sus compañeros y su familia no eran siluetas, sino persona con sus rasgos bien definidos: ojos negros o café, piel morena o blanca, labios gruesos o delgados, convirtiéndose además en un excelente lector. Se inscribió en el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, y aprendió a dibujar y a pintar.

Trabajó en el museo de la Alhóndiga de Granaditas casi dos décadas y por lo mismo se inscribió en la carrera de historia en la ahora Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, con el fin de realizar las debidas explicaciones en el museo. Fundó una escuela primaria para adultos que funcionaba de 7 a 10 de la noche en las instalaciones de la Escuela 22 de Abril. Su esposa, Teresa Soto Martínez, fue alumna de la primera generación de la Escuela Normal Primaria de Irapuato formando una excelente pareja, apoyándose en todo.

Sabiendo Yoyo, que me aficioné al teatro, me obsequió varias obras para ponerlas en escena, entre las cuáles estaban: “Noche de difuntos” y “Se vende una burra”. Al montarlas en el escenario de la escuela Normal Primaria, con alumnos de la misma institución, recibimos muchos aplausos. Mi cuñado, Jorge Adolfo León Barajas, fue un maestro culto, inteligente, estudioso, tolerante y dueño de sí mismo. Lo admiré tanto, que a la primogénita de mi familia la llamamos con el dulce nombre de Georgina.

ezequielsotomar@outlook.com