/ sábado 12 de octubre de 2024

Marshall y Polar

Desde los más lejanos tiempos de la historia, el hombre ha convivido con ciertos animales que le han aligerado el trabajo material que tiene que realizar para vivir, como los caballos, las mulas, los elefantes, los camellos. También con otros que le permiten disfrutar el tiempo libre, particularmente los perros y los gatos.

En este momento recuerdo que el escritor Carlos Monsiváis tenía 11 gatos en su casa. La literatura de todos los países registra acciones extraordinarias de perros que han salvado la vida de muchos seres humanos.

Cerca de mi casa hay otra casa donde viven con su familia dos jovencitos. Un día llegó como obsequio a ese lugar un perro llamado Marshall. El perro era atendido muy bien por Isaac, uno de esos jóvenes. Isaac le daba de comer, lo bañaba y estaba al pendiente de sus vacunas. Por supuesto también lo sacaba a pasear y jugaba con él, estableciéndose así un vínculo emocional muy fuerte entre ambos. Poco tiempo después, llegó otro perrito al que le pusieron por nombre Polar. Fue necesario, entonces, la colaboración de otra persona para cuidarlos. Iván, el otro de los jóvenes, se comprometió a participar. Isaac e Iván realizaban las acciones necesarias para atenderlos. Todo marchaba bien.

Un día recibieron una invitación para asistir fuera de la ciudad a un campamento de basquetbol, deporte que les apasiona. Aceptaron, hicieron sus planes y acudieron gustosos. A los perritos les buscaron un hotel especializado para perros para que fueran bien atendidos. Sin embargo, no fue así. Al terminar sus prácticas deportivas regresaron a Irapuato. El corazón de Isaac le decía que algo estaba mal. En efecto, al recoger a Marshall, ladraba con dolor y coraje. No se dejaba acariciar y le reprochaba a su amo haberlo abandonarlo para que fuese maltratado. Las palabras cariñosas de Isaac lo hicieron cambiar.

Lo subieron con Polar a la camioneta, al bajar en casa los revisaron. Polar traía golpes con restos de sangre en la cabeza y las orejas. En apariencia, Marshal estaba bien, aunque seguía quejándose. Al día siguiente amaneció muerto, había sido golpeado con brutalidad innecesaria. Los ojos de Isaac e Iván se llenaron de lágrimas.

¿Por qué había sucedido eso? ¿Quién los agredió? ¿Qué pudieron haber hecho los perritos para castigarlos así? La mamá de los inconsolables adolescentes pensó en demandar a los dueños del hotel para perros, instituciones que han surgido en nuestra ciudad sin ninguna o poca regulación ¿Eso les devolvería la vida? No ¿Sería conveniente prolongar el duelo? Tampoco. Agarraron pico y pala para excavar en el jardín de la casa y sepultarlo.

Al final, decidieron incinerar a Marshall. Sus cenizas están en un cubo de cerámica con su foto, sobre una mesita ubicada en la cochera. Polar recorre toda la casa en busca de Marshall. Cuando Polar pasa cerca del cubo, voltea y ladrando dice a quienes visitan la familia, que ahí está Marshall. Ahí permanece para rendir tributo, a un perro bueno, obediente y juguetón, muerto por la maldad de un humano, pero que, con sus travesuras y piruetas, hizo felices varios años a sus amorosos dueños. Los animales, también son seres vivos que debemos respetar y atender con amor.

Escritor y docente
ezequielsotomar@outlook.com

Desde los más lejanos tiempos de la historia, el hombre ha convivido con ciertos animales que le han aligerado el trabajo material que tiene que realizar para vivir, como los caballos, las mulas, los elefantes, los camellos. También con otros que le permiten disfrutar el tiempo libre, particularmente los perros y los gatos.

En este momento recuerdo que el escritor Carlos Monsiváis tenía 11 gatos en su casa. La literatura de todos los países registra acciones extraordinarias de perros que han salvado la vida de muchos seres humanos.

Cerca de mi casa hay otra casa donde viven con su familia dos jovencitos. Un día llegó como obsequio a ese lugar un perro llamado Marshall. El perro era atendido muy bien por Isaac, uno de esos jóvenes. Isaac le daba de comer, lo bañaba y estaba al pendiente de sus vacunas. Por supuesto también lo sacaba a pasear y jugaba con él, estableciéndose así un vínculo emocional muy fuerte entre ambos. Poco tiempo después, llegó otro perrito al que le pusieron por nombre Polar. Fue necesario, entonces, la colaboración de otra persona para cuidarlos. Iván, el otro de los jóvenes, se comprometió a participar. Isaac e Iván realizaban las acciones necesarias para atenderlos. Todo marchaba bien.

Un día recibieron una invitación para asistir fuera de la ciudad a un campamento de basquetbol, deporte que les apasiona. Aceptaron, hicieron sus planes y acudieron gustosos. A los perritos les buscaron un hotel especializado para perros para que fueran bien atendidos. Sin embargo, no fue así. Al terminar sus prácticas deportivas regresaron a Irapuato. El corazón de Isaac le decía que algo estaba mal. En efecto, al recoger a Marshall, ladraba con dolor y coraje. No se dejaba acariciar y le reprochaba a su amo haberlo abandonarlo para que fuese maltratado. Las palabras cariñosas de Isaac lo hicieron cambiar.

Lo subieron con Polar a la camioneta, al bajar en casa los revisaron. Polar traía golpes con restos de sangre en la cabeza y las orejas. En apariencia, Marshal estaba bien, aunque seguía quejándose. Al día siguiente amaneció muerto, había sido golpeado con brutalidad innecesaria. Los ojos de Isaac e Iván se llenaron de lágrimas.

¿Por qué había sucedido eso? ¿Quién los agredió? ¿Qué pudieron haber hecho los perritos para castigarlos así? La mamá de los inconsolables adolescentes pensó en demandar a los dueños del hotel para perros, instituciones que han surgido en nuestra ciudad sin ninguna o poca regulación ¿Eso les devolvería la vida? No ¿Sería conveniente prolongar el duelo? Tampoco. Agarraron pico y pala para excavar en el jardín de la casa y sepultarlo.

Al final, decidieron incinerar a Marshall. Sus cenizas están en un cubo de cerámica con su foto, sobre una mesita ubicada en la cochera. Polar recorre toda la casa en busca de Marshall. Cuando Polar pasa cerca del cubo, voltea y ladrando dice a quienes visitan la familia, que ahí está Marshall. Ahí permanece para rendir tributo, a un perro bueno, obediente y juguetón, muerto por la maldad de un humano, pero que, con sus travesuras y piruetas, hizo felices varios años a sus amorosos dueños. Los animales, también son seres vivos que debemos respetar y atender con amor.

Escritor y docente
ezequielsotomar@outlook.com