/ domingo 11 de agosto de 2024

¿Qué podemos hacer para construir estructuras más justas?

Cuando Cristo proclama “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo” suscita muchas controversias y la murmuración de los dirigentes del pueblo. No es lo que esperan de un Mesías y su propuesta de vida no coincide con las expectativas tan largamente esperadas. Sin embargo, en esta autopresentación, Jesús se nos manifiesta como la respuesta a las necesidades y esperanzas del ser humano y la única condición que impone es la fe. San Juan utiliza esta figura del escándalo y del no poder ver más allá de la dimensión humana de Jesús para dar a conocer la misión que encierra la persona y la obra del maestro. La humanidad de Jesús se presenta como fuente de fe y como fuente de vida para su pueblo.

Nosotros hemos hecho consistir la felicidad y la vida digna en cosas externas, como si los bienes y las apariencias pudieran llenar y satisfacer nuestros deseos de eternidad e inmortalidad. Cristo se presenta como el pan, muy concreto, en una realidad que choca a sus paisanos; pero, además, proclama que da vida eterna, porque nos lanza a mirar más allá, en lo profundo del corazón. La humanidad de Jesús nos debe llevar a valorar el hambre y la sed concretas e históricas en el camino de la vida. No puede haber vida digna cuando se muere de hambre y se sufren las consecuencias y enfermedades de la pobreza y la miseria. Pero no podemos conformarnos con llenar el estómago y dejar vacío el espíritu. Jesús propone asumir el paso de la vida humana con un total compromiso. El alimento, que es indispensable para vivir, es utilizado como metáfora para hacer ver que más allá de la dimensión humana de cada persona hay otra dimensión que requiere también ser alimentada. El ser humano, llamado a trascenderse a sí mismo, tiene que esforzarse también continuamente para que su ciclo de vida no se quede sólo en lo material. Conocer a Jesús, creer en él, es asumir su misma propuesta de una vida digna e íntegra para cada hombre y para todos los hombres.

Creer en Jesús es asumirlo como el pan diario, partido y compartido. Seguirlo es creer que, roto, puede dar unidad e integración a toda persona. Ser su discípulo es creer que hecho migaja se convierte en banquete de pobres y mendigos. El escándalo del pan, que causa murmuración entre los judíos, es este Jesús que nos dice que compartiendo se puede saciar el hambre de todos, que amando se puede construir un mundo de fraternidad y que estamos llamados a vivir una vida en plenitud. El escándalo del pan, propuesto por Jesús, es una fuerte recriminación a las situaciones de miseria y hambruna que viven nuestros hermanos, mientras unos pocos se atiborran de manjares; es el grito angustioso de los pequeños triturados por un sistema injusto; es el silencio de quien ya no tiene ni ilusión ni esperanza en una vida digna. Hoy Jesús nos invita a creer en él y en la posibilidad de vivir conforme a su Reino. La incredulidad es una tentación siempre presente y que empieza a echar raíces cuando organizamos nuestra existencia a espaldas de Dios; cuando lo dejamos arrinconado y en silencio. No es que Dios no hable, es que llenos de ruido, ambiciones, posesiones y autosuficiencia, ahogamos su voz y no queremos percibir su presencia en medio de nosotros.

En un mundo de violencia y de muerte, se nos presenta hoy Jesús como la fuerza salvadora que puede darnos vida. La vida eterna que promete Jesús no podemos entenderla solamente como “para el cielo”, sino que se nos da a entender una vida que inicia aquí, por la que debemos luchar, y que no terminará con la muerte. Se trata de una vida en profundidad, de calidad nueva; una vida que no puede acabar por una enfermedad o un mal acontecimiento; una vida plena que va más allá de nosotros mismos, porque ya es una participación de la misma vida de Dios. Contemplemos por un momento nuestro pan y alimento diario, mirémoslo como lo miraría Jesús y pensemos a qué nos invita Jesús, ¿podemos tragar el alimento sin acordarnos de nuestros hermanos? ¿Somos capaces de alimentarnos del mismo Pan de Vida y después dar la espalda a quien tiene necesidad? ¿Qué podemos hacer para construir en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, estructuras más justas que propicien que todos tengamos una mesa común y una vida digna?



Obispo de la Diócesis de Irapuato

Facebook @ObispodeIrapuato


Cuando Cristo proclama “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo” suscita muchas controversias y la murmuración de los dirigentes del pueblo. No es lo que esperan de un Mesías y su propuesta de vida no coincide con las expectativas tan largamente esperadas. Sin embargo, en esta autopresentación, Jesús se nos manifiesta como la respuesta a las necesidades y esperanzas del ser humano y la única condición que impone es la fe. San Juan utiliza esta figura del escándalo y del no poder ver más allá de la dimensión humana de Jesús para dar a conocer la misión que encierra la persona y la obra del maestro. La humanidad de Jesús se presenta como fuente de fe y como fuente de vida para su pueblo.

Nosotros hemos hecho consistir la felicidad y la vida digna en cosas externas, como si los bienes y las apariencias pudieran llenar y satisfacer nuestros deseos de eternidad e inmortalidad. Cristo se presenta como el pan, muy concreto, en una realidad que choca a sus paisanos; pero, además, proclama que da vida eterna, porque nos lanza a mirar más allá, en lo profundo del corazón. La humanidad de Jesús nos debe llevar a valorar el hambre y la sed concretas e históricas en el camino de la vida. No puede haber vida digna cuando se muere de hambre y se sufren las consecuencias y enfermedades de la pobreza y la miseria. Pero no podemos conformarnos con llenar el estómago y dejar vacío el espíritu. Jesús propone asumir el paso de la vida humana con un total compromiso. El alimento, que es indispensable para vivir, es utilizado como metáfora para hacer ver que más allá de la dimensión humana de cada persona hay otra dimensión que requiere también ser alimentada. El ser humano, llamado a trascenderse a sí mismo, tiene que esforzarse también continuamente para que su ciclo de vida no se quede sólo en lo material. Conocer a Jesús, creer en él, es asumir su misma propuesta de una vida digna e íntegra para cada hombre y para todos los hombres.

Creer en Jesús es asumirlo como el pan diario, partido y compartido. Seguirlo es creer que, roto, puede dar unidad e integración a toda persona. Ser su discípulo es creer que hecho migaja se convierte en banquete de pobres y mendigos. El escándalo del pan, que causa murmuración entre los judíos, es este Jesús que nos dice que compartiendo se puede saciar el hambre de todos, que amando se puede construir un mundo de fraternidad y que estamos llamados a vivir una vida en plenitud. El escándalo del pan, propuesto por Jesús, es una fuerte recriminación a las situaciones de miseria y hambruna que viven nuestros hermanos, mientras unos pocos se atiborran de manjares; es el grito angustioso de los pequeños triturados por un sistema injusto; es el silencio de quien ya no tiene ni ilusión ni esperanza en una vida digna. Hoy Jesús nos invita a creer en él y en la posibilidad de vivir conforme a su Reino. La incredulidad es una tentación siempre presente y que empieza a echar raíces cuando organizamos nuestra existencia a espaldas de Dios; cuando lo dejamos arrinconado y en silencio. No es que Dios no hable, es que llenos de ruido, ambiciones, posesiones y autosuficiencia, ahogamos su voz y no queremos percibir su presencia en medio de nosotros.

En un mundo de violencia y de muerte, se nos presenta hoy Jesús como la fuerza salvadora que puede darnos vida. La vida eterna que promete Jesús no podemos entenderla solamente como “para el cielo”, sino que se nos da a entender una vida que inicia aquí, por la que debemos luchar, y que no terminará con la muerte. Se trata de una vida en profundidad, de calidad nueva; una vida que no puede acabar por una enfermedad o un mal acontecimiento; una vida plena que va más allá de nosotros mismos, porque ya es una participación de la misma vida de Dios. Contemplemos por un momento nuestro pan y alimento diario, mirémoslo como lo miraría Jesús y pensemos a qué nos invita Jesús, ¿podemos tragar el alimento sin acordarnos de nuestros hermanos? ¿Somos capaces de alimentarnos del mismo Pan de Vida y después dar la espalda a quien tiene necesidad? ¿Qué podemos hacer para construir en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, estructuras más justas que propicien que todos tengamos una mesa común y una vida digna?



Obispo de la Diócesis de Irapuato

Facebook @ObispodeIrapuato