/ jueves 16 de mayo de 2024

¿Quién querría ser un maestro hoy en día?

A propósito del Día del Maestro y de la época de automatización que estamos viviendo, una época que en un corto tiempo ha eliminado y sigue recortando empleos antes necesarios, la aventura de la enseñanza humana tradicional parece adentrarse y encaminarse a un periodo de orar para que no desaparezca.

¿Quién querría ser un maestro en hoy en día? No lo sé, pero quien quiera que lo sea y esté pensando en serlo debe amar tan profunda y desinteresadamente a la niñez, tanto como aman enseñar. El desafío más grande que tenemos como sociedad contemporánea es cuestionar e indagar. Indagar cómo imaginamos que será el convivió de aquí a 20 o 30 años, ¿cuáles son las habilidades y competencias necesarias para ese convivio? ¿Qué es lo correctamente necesario enseñar a las nuevas generaciones para que se adapten a este mundo que parece entrar en una aceleración implacable?

La educación no es responsabilidad exclusiva del gobierno de una nación, al contrario. Está definida como un derecho “para todos” pero es deber del Estado y la familia, en colaboración con la sociedad. Por eso es que todos somos responsables de ayudar e incentivar el proceso educacional, un proceso del que no tengo la más mínima duda está enfrentando desafíos poco antes presentados. Culturalmente, la educación está concebida como la trasmisión de conocimiento, por parte de los emisores (profesores) -a los receptores (alumnos), una relación sagrada entre un poseedor de sabiduría que tiene como misión preparar a las nuevas generaciones para que posean el acervo de información y conocimiento disponible.

No tengo los estudios y mucho menos la autoridad para decir si es necesario reinventar el proceso educacional a una época donde la información se triplica en menos de 12 meses, pero como padre me cuestiono, ¿cómo enfrentar el exceso de informaciones? ¿Cómo filtrarla para que sean utilizadas apenas aquellas que hagan de este mundo uno más humano, más sensible, más solidario y fraterno?

He ahí el verdadero desafío del maestro actual y por supuesto también del maestro ya jubilado, porque les necesitamos más que nunca. El mundo y la sociedad jamás habían necesitado tanto como ahora de su sabiduría, lanzamos un grito de auxilio para que no nos dejen en el abandono. El maestro y la sociedad tenemos una gran encomienda y desafío: ¿qué enseñar, como enseñar y cómo persuadir a nuestros niños de buscar siempre la verdad, la justicia y los instrumentos que faciliten la convivencia y dignifiquen la vida?

Es verdad, todo lo que hoy en día la máquina y la inteligencia artificial hace, tiene una posibilidad muy alta de hacerlo mejor que el ser humano. Sin embargo, habrá cosas que la maquina no podrá jamás hacer. La virtud y el honor de ser compasivo, generoso, atento a la angustia de los demás, enfrentarse a los semejantes y a las adversidades como lo hace un verdadero héroe, como lo hace quien enseña desde el amor, que muestra compasión, que vive consciente de lo que significa una vida digna, que se toma en serio la ética de la convivencia, que sabe reconocer la fragilidad y la finitud de la vida, quien dedica décadas de su vida propia a los niños y jóvenes para intentar hacer del mundo uno menos miserable y demostrar que valió la pena enseñar.

Apenas el año pasado se anunció un aumento salarial del 8.2 % a los maestros, de ese tamaño la inversión a quienes tienen sobre sus hombros la dirección y formación de futuras generaciones.

Con todo esto: ¿quién querría ser maestro hoy en día? Afortunadamente para nuestros hijos son muchos los seres magnos y magnánimos que continúan caminando por nuestras aulas, dispuestos a educar y luchar contra todo como lo es: falta de reconocimiento, juicio social, estructura carcomida, salarios indignos. Mismo así, muchos de ellos no pierden el idealismo. Porque enseñar es vocación. El premio que el profesor recibe nunca ha estado en la remuneración, no es cuantificable para lo que representan. El profesor y profesora viven del reconocimiento del alumno, más que eso, del cariño, de la amistad y del respeto del alumno.

Esos sentimientos nunca deben perderse, mucho menos dejar de expresarse. Por ello mi respeto y más profunda admiración a cada uno de ustedes maestras y maestros, en especial a los maestros de mi vida, quienes me educaron, pero sobretodo me corrigieron y creyeron en mí. ¡Hasta la próxima!

miguel.rivera@palosgarza.com

A propósito del Día del Maestro y de la época de automatización que estamos viviendo, una época que en un corto tiempo ha eliminado y sigue recortando empleos antes necesarios, la aventura de la enseñanza humana tradicional parece adentrarse y encaminarse a un periodo de orar para que no desaparezca.

¿Quién querría ser un maestro en hoy en día? No lo sé, pero quien quiera que lo sea y esté pensando en serlo debe amar tan profunda y desinteresadamente a la niñez, tanto como aman enseñar. El desafío más grande que tenemos como sociedad contemporánea es cuestionar e indagar. Indagar cómo imaginamos que será el convivió de aquí a 20 o 30 años, ¿cuáles son las habilidades y competencias necesarias para ese convivio? ¿Qué es lo correctamente necesario enseñar a las nuevas generaciones para que se adapten a este mundo que parece entrar en una aceleración implacable?

La educación no es responsabilidad exclusiva del gobierno de una nación, al contrario. Está definida como un derecho “para todos” pero es deber del Estado y la familia, en colaboración con la sociedad. Por eso es que todos somos responsables de ayudar e incentivar el proceso educacional, un proceso del que no tengo la más mínima duda está enfrentando desafíos poco antes presentados. Culturalmente, la educación está concebida como la trasmisión de conocimiento, por parte de los emisores (profesores) -a los receptores (alumnos), una relación sagrada entre un poseedor de sabiduría que tiene como misión preparar a las nuevas generaciones para que posean el acervo de información y conocimiento disponible.

No tengo los estudios y mucho menos la autoridad para decir si es necesario reinventar el proceso educacional a una época donde la información se triplica en menos de 12 meses, pero como padre me cuestiono, ¿cómo enfrentar el exceso de informaciones? ¿Cómo filtrarla para que sean utilizadas apenas aquellas que hagan de este mundo uno más humano, más sensible, más solidario y fraterno?

He ahí el verdadero desafío del maestro actual y por supuesto también del maestro ya jubilado, porque les necesitamos más que nunca. El mundo y la sociedad jamás habían necesitado tanto como ahora de su sabiduría, lanzamos un grito de auxilio para que no nos dejen en el abandono. El maestro y la sociedad tenemos una gran encomienda y desafío: ¿qué enseñar, como enseñar y cómo persuadir a nuestros niños de buscar siempre la verdad, la justicia y los instrumentos que faciliten la convivencia y dignifiquen la vida?

Es verdad, todo lo que hoy en día la máquina y la inteligencia artificial hace, tiene una posibilidad muy alta de hacerlo mejor que el ser humano. Sin embargo, habrá cosas que la maquina no podrá jamás hacer. La virtud y el honor de ser compasivo, generoso, atento a la angustia de los demás, enfrentarse a los semejantes y a las adversidades como lo hace un verdadero héroe, como lo hace quien enseña desde el amor, que muestra compasión, que vive consciente de lo que significa una vida digna, que se toma en serio la ética de la convivencia, que sabe reconocer la fragilidad y la finitud de la vida, quien dedica décadas de su vida propia a los niños y jóvenes para intentar hacer del mundo uno menos miserable y demostrar que valió la pena enseñar.

Apenas el año pasado se anunció un aumento salarial del 8.2 % a los maestros, de ese tamaño la inversión a quienes tienen sobre sus hombros la dirección y formación de futuras generaciones.

Con todo esto: ¿quién querría ser maestro hoy en día? Afortunadamente para nuestros hijos son muchos los seres magnos y magnánimos que continúan caminando por nuestras aulas, dispuestos a educar y luchar contra todo como lo es: falta de reconocimiento, juicio social, estructura carcomida, salarios indignos. Mismo así, muchos de ellos no pierden el idealismo. Porque enseñar es vocación. El premio que el profesor recibe nunca ha estado en la remuneración, no es cuantificable para lo que representan. El profesor y profesora viven del reconocimiento del alumno, más que eso, del cariño, de la amistad y del respeto del alumno.

Esos sentimientos nunca deben perderse, mucho menos dejar de expresarse. Por ello mi respeto y más profunda admiración a cada uno de ustedes maestras y maestros, en especial a los maestros de mi vida, quienes me educaron, pero sobretodo me corrigieron y creyeron en mí. ¡Hasta la próxima!

miguel.rivera@palosgarza.com