Son legión los convencidos de que la declaratoria como presidenta electa será una piedra de toque para la proyección pública de Claudia Sheinbaum, quien comenzaría a marcar contrastes frente al gobierno saliente. Es probable, sin embargo, que haya que seguir esperando ese momento, incluso más allá del arranque de la nueva administración.
A casi tres meses de su triunfo arrollador en las urnas, Sheinbaum Pardo se ha constituido en un enigma dentro y fuera del oficialismo. Algunos de sus cercanos creen verla exasperada ante la agenda marcada desde Palacio a la que ha tenido que ceder. Se dicen preocupados porque cada semana en este periodo ella ha lucido un poco más capturada en su mensaje y en su presencia, siempre a la sombra de López Obrador.
El análisis de este sector es que las giras de ambos personajes -insólitas en la historia del presidencialismo mexicano- implicaron la gestión de la red de acuerdos y lealtades con líderes regionales construida por el político tabasqueño a lo largo de años. El arribo de Sheinbaum les impone a esos actores regionales el dilema de entregarle ella sumisión, mantenerla hacia López Obrador, o reclamar mayor poder debilitando el rígido centralismo del actual gobierno.
Las señales de apego hacia López Obrador, en las que la doctora Sheinbaum ha sido prolija, estarían persiguiendo evitar tensión con el liderazgo del mandatario saliente, lo que a ella le traería el riesgo de encarar a una personalidad mercurial que favorezca bloques de contrapeso al interior de la propia 4T e incluso tienda una ruta a espaldas de Sheinbaum hacia la sucesión del 2030 cuando el nuevo gobierno ni siquiera ha iniciado.
El momento de la presidenta electa pareciera estar bajo una nube cargada de incertidumbre y escepticismo, con factores agravantes. Cada 12 años los ciclos sucesorios presidenciales de México y Estados Unidos se empatan, y ello ha significado ahora un clima sumamente tóxico, con profundas reservas entre inversionistas globales sobre la estabilidad económica y política en ambas naciones.
Los escenarios lucen volátiles. Pero por ahora parecen ser cuatro los desafíos más abiertos rumbo al arranque del gobierno Sheinbaum. El primero, el peligro de fracturas internas en el oficialismo. El segundo, el necesario presupuestario, que puede traer problemas de gobernabilidad. El tercero, la clara posibilidad de que Donald Trump vuelva a ocupar la Casa Blanca. El cuarto desafío lleva por iniciales AMLO.
Apuntes: En los días previos a la toma de posesión del presidente López Obrador quedó claro que el gobernante venezolano Nicolás Maduro atendería la invitación para asistir a la ceremonia en la que rendiría protesta en el palacio de San Lázaro. El controvertido chavista usó sus redes para ir dando cuenta detallada de su traslado a la ciudad de México. Comenzó entonces una estrategia para reducir su visibilidad al mínimo posible. Bajo la coordinación del equipo del canciller entrante, Marcelo Ebrard, se retrasó la autorización para que el avión de Maduro aterrizara en ciudad de México; fue armado un tortuoso protocolo para su recepción y, en especial, para su avance por las calles de la ciudad. Seguramente el dictador venezolano se sintió en la siempre atestada Caracas. El caso es que no alcanzó a llegar a la ceremonia. ¿Qué pesadillas de este tipo le tocará encarar en la asunción de Claudia Sheinbaum al próximo titular de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente? *** La práctica distractora tan usada en Palacio durante este sexenio -ahora ante la crisis política por la explosiva carta de Ismael “Mayo” Zambada-, echó mano de una segunda nota diplomática de protesta ante Washington por aportaciones de entidades estadounidenses a “Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad”. Será la segunda carta exactamente sobre el mismo tema. La primera fue ignorada por el Departamento de Estado. La segunda correrá la misma suerte.