León, Guanajuato. -Con trabajo, constancia, pero sobre todo por la pasión de su oficio, muchos piqueros de León lograron convertirse en prósperos industriales.
Comenzaron en pequeños talleres llamados picas, en los que la organización del trabajo era familiar y en los que hacían zapato volteado.
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De acuerdo a datos de los testigos de la exposición “Breve crónica de la Industria del Calzado en León”, resguardados en el Archivo Histórico Municipal de León (AHML), el zapato volteado se refiere al que se manufacturaba cortando una plantilla, cosiéndola junto con el corte (parte superior del zapato) con una lezna utilizando cerdas de cochino o posteriormente hilo de cáñamo.
El corte se cocía al revés y luego se volteaba. Enseguida se hormaba, pero ya se tenía prevenido el caso con engrudo, luego era puro asentar y asentar porque era lo más fino del calzado.
La suela tenía que ser muy gruesa de 12 fierros, luego se desfiliaba la orilla y se abría el endido alrededor. Para darle brillo a la suela se lijaba a mano, luego la lamían y con un hueso se le daba brillo.
El zapato duraba dos días al sol para secarse, colocando una parigüela que era un bastidor de madera que medía 1.50 por 1.80 metros y cabían como 30 a 40 pares. Estas parigüelas estaban en los patios de las casas y en caso de lluvia, los zapateros corrían a recogerlos.
Solamente algunas picas contaban con máquinas de pespuntar. Las herramientas que usaban, cuchillas, leznas y chairas se hacían en las fraguas de la ciudad, como la de los Vilches en el Coecillo.
Es también en estas en esta época cuando algunas picas amplían su tamaño y organización dando lugar a grandes talleres que basan su producción en la mano de obra asalariada, y que alcanzaban a sacar hasta 200 pares a la semana.
Con la aparición de las máquinas de coser suela como la Landis y Adrian Brusch y la Astraus para montar, surgen los talleres de maquila dedicados a realizar únicamente una parte de proceso con los que se ahorraba trabajo manual.