Los Comedores Comunitarios son espacios incluyentes y es un programa que beneficia a adultos mayores, “abuelas solteras” (término acuñado por Paula Martínez para describir a las abuelas que se hacen cargo de sus nietos por que la mamá se va a trabar), niños, personas enfermas y habitantes de bajos recursos con comida.
Ubicado en la colonia Libertad, sobre el bulevar Timoteo Lozano, este comedor está a cargo de la coordinadora Paula Martínez y seis voluntarias más, desde hace cinco años fueron invitadas por el exgobernador de Guanajuato Miguel Márquez Márquez y equipo del ex alcalde, Héctor López Santillana a “dejar la escoba por el cucharón” ya que pertenecían al “Club de las escobas”, un empleo temporal en que mujeres barren la vía pública.
Doña Paula como es conocida en la zona, la mayor parte de su tiempo se dedica a la labor social.
“Lo que me motiva es ayudar a la comunidad, buscar apoyo para todas las personas que no tienen dónde comer, tocando puerta por puerta o buscando apoyos en asociaciones, con personas, diputados y con quien sea para ver a las personas sonreír”.
La encargada recuerda que antes de la pandemia comían dentro de las instalaciones alrededor de 30 personas y ahora se les da hasta 300 personas una comidita que consta de habas, lentejas, sopa, todo lo integral, brócoli, calabacitas y cuando hay presupuesto se les cocina un pozole hecho de chayote con elote, en ocasiones las voluntarias se cooperan para comprar poquito pollito y darles algo diferente de comer ya que el DIF solo apoya en insumo abarrotero.
Lo que hay detrás de un Comedor comunitario
“Hay tantas historias por contar, cada una es muy especial pero lo cierto es que la mayoría de las personas de la tercera edad dependen de lo que se le da en el comedor comunitario, solo les pide una cooperación voluntaria, hay personas que no pueden dar dinero, hay otras que aportan desde tres pesos hasta diez pesos”.
Recuerda Doña Paula la historia de Ximenita y su mamá vecinas de la colonia El Refugio, ambas postradas en sillas de rueda, no tenían qué comer, no tenían quien viera por ellas, las dos vivían en condiciones deplorables.
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“Al enterarnos de que Ximenita una joven de 27 años pero edad mental de niña de seis años, no tenían qué comer, decidimos llevarle todos los días sus alimentos, también acudimos a su hogar para limpiarlo ya que como las dos estaban en sillas de ruedas y no se podían mover, vivían entre basura y desperdicios, cuando les llevábamos su comida sonreían, luego de la pandemia ya no supimos qué pasó con ellas, se las llevaron pero no sabemos a dónde”.
Otra anécdota que recuerda es la de un señor de la tercera edad que se llama Marcelino, “todos los días se arreglaba para venir a comer, le gustaba que le dijeran que olía muy bonito”.
Marcelino ya no acude al Comedor Comunitario porque ya puede caminar, anteriormente acudía porque sus hijos antes no lo cuidaban pero ahora con su insuficiencia un hijo ya se hace cargo de él.
Otra de las historias que recuerda es que después de la pandemia, padres de familia quien eran el sostén de la casa se quedaron sin trabajo y acudían con su esposa e hijos para alimentarse, con tristeza, vergüenza y desesperación comían lo que les ofrecían ya que a falta de dinero no había de otra que comer en estos espacios argumentando que los niños tenían hambre y no les podían decir no tengo que darte.