Don Vicente Flores, en los años de 1925 y 1930, fue uno de los poquísimos investigadores y conocedores de la historia local salmantina. A los pocos años por fin encontró y copió el relato del origen, procedencia y llegada de la imagen Sagrada Imagen del Cristo Negro a la ciudad de Salamanca, que a más de cuatro siglos y medio se conoce con el nombre del Señor del Hospital.
La publicación fue hecha en el año de 1930, titulada “Historia de la milagrosa Imagen del Señor del Hospital de Salamanca”. El doctor Flores. encontró este relato en un libro antiguo, manuscrito que existía en la sacristía de la capilla del pueblo de Santa María Nativitas; escrito por el indígena otomí llamado Alonso Marañón, a quien concedió licencia para hacerlo el señor cura Don Luis G. Saavedra.
De esto último se deduce que aquel libro fue escrito a mediados del siglo XIX, entre 1845 y 1865. Aproximadamente, en la época en que Don Luis G. Saavedra fuera Cura Párroco de la Villa de Salamanca. Se logra tener la tercera publicación de su historia, en el año 1967, por el escritor e historiador salmantino, Don José Rojas Garcidueñas.
Consta que este legendario Santo Cristo fue hecho en Pátzcuaro, Mich., que fue el único lugar donde hubo talleres artesanales y escultóricos en el reino tarasco, dedicados a la talla de imágenes, en especial de Cristos y Marianas de todos los tamaños, talleres fundados por Don Vasco de Quiroga, primer Obispo de Michoacán, hacia 1537. Se cree es obra de Matías y Luis de la Cerda, hecho de pasta de caña de maíz. Según la época que se vivía, tenían gran demanda por la labor de evangelización de las órdenes religiosas que venían de España a la conquista espiritual de los indígenas de Nueva España. Fueron famosos los talleres de Pátzcuaro, Uruapan, Paracho y Quiroga, en el estado de Michoacán.
Cerca del poblado de Chilcuautla, en plena sierra, por Huichapan, Estado de Hidalgo, existió una hermosa imagen de Cristo en color blanco, que se encontraba en la cabaña. Propiedad del joven indígena Ignacio, a quien por mal nombre le decían “Roquetilla” y los naturales lo llamaban Acualmetzli, que en náhuatl significa “mala luna”.
Este joven que apenas constaba entre 19 y 20 años, iba vestido con el hábito de San Francisco, era muy instruido en todas artes y ciencias, hablaba náhuatl y otomí, sabía entenderse con castellanos y citaba el latin había aprendido en el colegio de la Santa Cruz de Tlatilulco de México, donde lo hicieron leído los franciscanos, a quienes dejó para adiestrar a los naturales en el manejo de las armas para que combatieran a los castellanos, donde se encontraban tribus chichimecas y otomíes.
Por este tiempo el Virrey Don Antonio de Mendoza, emprendió la expedición contra los indios de la meseta central, hoy el Bajío, por el año 1541 Roquetilla sucumbió ante los ejércitos del Virrey, a quienes ocasionó muchos daños hasta que murió en el año de 1542.
Fue auxiliado espiritualmente delante de su imagen del Cristo por un fraile franciscano. Los naturales derrotados se llevaron el santo Cristo milagroso, andando por sierras y montes, llegaron hasta el pueblo de Xilotepec, (hoy Edo. De México), en donde fue puesto a la veneración publica de los fieles en la casa de Pedro Coyohuatl, a quien perteneció la imagen durante varias generaciones, hasta que Juan Cardona, descendiente del ya mencionado Coyohuatl, tuvo un sueño en el que la imagen le indicaba que caminara con ella tierra adentro hasta llegar a un punto en donde habiendo pasado la noche y sin ninguna intervención, la cruz se encontrará clavada o enterrada.