Jaral del Progreso, Gto.- El cerro de Culiacán es un lugar emblemático que se localiza entre los municipios de Salvatierra, Cortazar y Jaral del Progreso, pero también es un sitio en donde se han escrito grandes historias, al igual que leyendas como la de La Cruz de Culiacán, que habla de un romance entre un español y una guapa mujer indígena que terminó en tragedia.
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El cronista de Jaral del Progreso, Florencio Ramírez Martínez, contó que la leyenda se ha arraigado tanto, que ya forma parte del imaginario colectivo de la región que sigue propagando esta historia que da identidad a la zona.
“Contaban las personas que llegando al Cerro de Culiacán, un indio viejo con su mujer y con su hija, que como todas las mujeres indígenas era extraordinariamente bella, construyeron una choza con ramas de encino, zacate y pencas de maguey en la parte alta de la montaña y ahí vivían casi aislados, sin comunicarse con los habitantes de la ladera”, relató.
Las dos mujeres solían ser vistas en ocasiones en el templo de Santa Rita de la Zanja, cuando bajaban por víveres o para lavar la ropa en las aguas del río Lerma.
Sin embargo, el padre de la bella joven nunca bajaba al pueblo y menos asistía a misa. Era de carácter bronco y altanero. La voz popular argumentaba que era hechicero y adorador de ídolos, pero amaba a su hija y la celaba como su mejor y más codiciado tesoro.
La misma belleza de la mujer hacía temer a su padre que fuera a ser objeto de las pasiones de los españoles o “los blancos”, como le conocían en esa época, a quienes él odiaba. Por eso, con mucha frecuencia exhortaba a su hija para que no fuera nunca a dar crédito a propuestas y promesas de amor de ningún español.
El hombre le decía a su hija que los blancos eran sujetos malos, de pasiones brutales y además hipócritas, pues hablaban de amor al prójimo, de respeto a los bienes ajenos, de paz y de caridad, sin embargo, asolaban a los templos, mataban a los indios, robaban sus propiedades, ultrajaban a sus mujeres y se conducían en forma completamente opuesta a la de las predicciones de los misioneros cristianos.
“Prefiero verte muerta que en brazos de un enemigo de mi raza. Te he traído a la soledad de esta montaña para poder cuidar mejor de ti y que no estés en trato con los blancos “, decía el hombre, según Florencio Martínez.
De acuerdo con el cronista de Jaral de Progreso, de vez en cuando madre e hija coincidían con un joven apuesto español llamado Pablo Núñez y Chimal, que cabalgando en su corcel recorría las propiedades rústicas patrimonio de la familia, por lo que entre saludos y miradas entre ambos jóvenes se encendió la flama amorosa oculta y tomando todas las precauciones salían a verse los enamorados, ya fuera en las huertas, sembradíos o en las márgenes del caudaloso río Lerma.
Inicia el romance
A pesar del secreto, los amoríos de la hermosa india y el apuesto español fueron sabidos por el viejo indio del Culiacán, lo cual le molestó y pensó en quitarle la vida al hombre que logró enamorar a su bella hija.
Sin embargo, el temor al castigo y el amor que protestaba a su hija única lo detuvieron, pero advirtió a la muchacha que ya sabía de sus romances y le repetía que antes de verla en brazos de un blanco, la mataría.
Florencio Ramírez señaló que ante dicha situación, la hermosa joven rompió en llanto, pidió perdón de rodillas a su padre y le ofreció que no volvería a cruzar palabra con Pedro Núñez jamás, sin embargo, continuo el amorío.
En situación tan difícil, Pedro Núñez quiso llevar a feliz término las cosas y pidió a las autoridades civiles su mediación para convencer al indígena de que diera su consentimiento para que se unieran en matrimonio.
Nadie logró hablar con el padre de la joven indígena, por lo que las autoridades llevaron a la hermosa india con carácter de depositada a su casa, mientras se celebraba el matrimonio, el cual se llevó a cabo una semana después en la iglesia de San Andrés de Guatzindeo, zona conocida hoy como Salvatierra.
Por las condiciones del noviazgo y las que precedieron al matrimonio, así como por la estimación que de los vecinos gozaba la familia Núñez y por la gran hermosura de la india, fue la boda de un acontecimiento en la pequeña población, la concurrencia muy elegante, hubo cantos muy alegres y flores en abundancia.
En el templo, el sacerdote les impartió la bendición, se tomaron de las manos, se impusieron los anillos y el español Pedro Núñez entregó las arras a la bella María Chimal.
Mientras esto sucedía en el altar mayor, una india detrás de la puerta de la entrada principal del templo no podía contener el llanto y las lágrimas. Era la madre de la novia, madre e hija, se habían convertido desde hace varios años a la religión cristiana.
Todo terminó
Poco tiempo duró la dicha, ya que cierta tarde un jornalero que regresaba de la tarea diaria encontró el cuerpo sin vida de María y también de lejos vio a un hombre con un cuchillo. Era el padre de la joven que traía en la mano un cuchillo de pedernal, teñido de sangre, encaminándose con gran prisa hacia la parte alta del Cerro de Culiacán.
Florencio Ramírez mencionó que el hombre que mató a su hija de inmediato se fue a su choza, la cual la quemó por lo que en lugar murieron el hombre y su esposa.
Por Su parte, el jornalero que lo había seguido de inmediato fue al lugar donde estaba el cuerpo de la joven indígena, cavó una fosa y dio cristiana sepultura al cadáver de quien en vida llevó el nombre de María Chimal.
Unos días después, en los primeros días del mes de mayo, unos campesinos que andaban escarbando para la siembra del maíz, observaron a un hombre que vestía ropas sacerdotales, cargando sobre sus hombros una cruz y llenos de compasión buscaron ayudar al hombre, pero éste se negó y con todas sus fuerzas ascendió hasta lo más alto de la cumbre del Culiacán, hizo un hoyo en el lugar preciso donde había estado la vivienda del brujo Chimal y ahí fincó la primera y muy venerada Cruz del Cerro de Culiacán.
El fraile era el español Pedro Núñez
Ese fraile que colocó la cruz era Pedro Núñez, quien al desaparecer su esposa, dejó sus actividades como hacendado e ingresó a cursar la carrera de sacerdote en un seminario.
Para satisfacer su curiosidad, varias personas subían a ver si era cierto lo que se decía y al llegar a la cima, no daban crédito a lo que sus ojos estaban viendo, pues de inmediato se postraban de rodillas con los brazos abiertos en cruz y se persignaban.
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Dos compadres observaban cómo sus siembras eran pisoteadas y maltratadas por los curiosos, entonces acordaron al día siguiente llevarse sus hachas y destruir la cruz, pero se llevaron una gran sorpresa, al ver que en cada hachazo que le daban, brotaban un hilo de sangre, por lo cual dejaron de hacerlo.
La cruz de Culiacán
Así es como nació la leyenda de La Cruz del Cerro de Culiacán y posteriormente, cada tres de mayo, personas de la comunidad de Victoria de Cortazar y de otras colonias de Jaral del Progreso, así como de otros municipios y entidades, así como de Estados Unidos, cada año acuden a visitar este lugar y hasta la parte alta donde se encuentra la Cruz, la cual veneran y le agradecen por los favores recibidos.