Mario, franelero de 72 años, lucha por subsistir en las avenidas citadinas

Trabajó durante 35 años en la industria de la construcción

Manuel Delgado | El Sol de Salamanca

  · domingo 10 de enero de 2021

Mario, franelero de 72 años lucha por subsistir en medio de esta pandemia. Fotos: Manuel Delgado | El Sol de Salamanca

Mario es un franelero de 72 años que sobrevive prestando sus servicios a los automovilistas en las calles de la ciudad. Su condición de cansancio por la edad ya no le permiten laborar de manera y subsiste con un ingreso, incierto, de 100 ó 120 pesos en promedio.

Diariamente sale con su herramienta de trabajo para sacar unos pesos.


El extrabajador de la construcción tuvo cuatro hijos “revueltos (hombre y mujeres) dos y dos, pero uno se me murió”, dice con su voz animosa y cordial. Bajo la banqueta pasan los carros y se escucha el ruido de los motores.

Nos encontramos por la mañana en la calle Morelos en la esquina con Sánchez Torrado, en plena zona centro. Es un domingo fresco y Mario acepta la entrevista de buen nodo y sin titubeos. Dice que está solo y sus hijos no lo procuran. “Uno anda en la calle tomando... anda mal. Una muchacha se casó y así pues... El más chico tiene 32 años y el más grande tiene 44”, dice evocando a su familia.

No todos los automovilistas se solidarizan con su labor.

El sol empieza a ponerse más alto en el firmamento, pero sigue fría la mañana mientras el cansado franalero continúa platicando su rutina en esta ciudad donde el número de automovilistas ha aumentado, pero pocos atienden a la ayuda.

La esposa de Mario, Juana, murió hace 30 años de diabetes y se quedó sólo ya que optó por no “juntarse” con ninguna otra mujer.

La calle Morelos, casi esquina con Sánchez Torrado, es su plaza de trabajo, aunque puede ser cualquier otro sitio de la zona centro.

Trabajó durante más de 35 años en Querétaro en la industria de la construcción y finalmente al terminarse el trabajo y estar ya en edad de jubilación se regresó a su hogar en la calle Mirtos de la colonia Benito Juárez, donde vive sin mayor compañía que sus sencillos muebles y sus utensilios para trabajo.

Bajo el cubreboca que desplaza un poco se escucha su voz apagada y melancólica, pero proyectando esperanza. A un costado los automovilistas llegan y le piden esté al pendiente o de pronto le solicitan que les lave el automóvil.

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Mario trabaja desde las nueve de la mañana y casi diario termina a las cinco de la tarde. Los domingos no deja de trabajar, porque “también tengo que comer. El hambre no tiene día de descanso”.

“A veces gano 100 ó 120 y a veces no saco nada o sólo unos cuantos pesos”, dice sin miedo a enfrentar la vida “ya que Dios todo lo provee”, dice Mario mientras se pierde su mirada en la profundidad de la Morelos mientras el aforo de autos pasa sin cesar.